¿CÓMO CONOCISTE A UMBRAL?


La Fundación Francisco Umbral junto con la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Majadahonda, lanzarón esta iniciativa durante el primer confinamiento que sufrió toda España por causa del Covid 19.

Entre los meses de Marzo-Junio 2019 y experimentando este encierro, fueron muchas las personas que nos enviaron su historia. Todos ellas, valiosas, originales y emotivas. Unas de talla más literaria, otras, simplemente recogen una vivencia en tono coloquial y algunas acompañadas de fotografías que inmortalizan el momento o el sentimiento. Las iremos publicando mes a mes en nuestra web. Esperamos que disfrutéis de estas historias como nosotros lo hemos hecho. ¡Muchas gracias por participar y hacernos revivir a Umbral! .


Antonio Colinas

(1946),poeta, novelista y ensayista. Premio Nacional de Literatura 1982.

Mis primeros recuerdos de Francisco Umbral

Parafraseando al mismo Francisco Umbral y al título de su libro –que también Lázaro Carreter comentó por aquellos días– comienzo diciendo que “la noche que (en que) llegué al Café Gijón” de Madrid, allá por el otoño de 1964 –hace casi cincuenta años– me acogió la mesa de la “tertulia de los poetas”, que presidía Gerardo Diego. Allí vi por vez primera a Francisco Umbral. Comencé a llegar guiado por algunos poetas jóvenes con los que yo estaba ya en comunicación: Marcos R. Barnatán, Javier Lostalé, Antonio López Luna, Diego Jesús Jiménez, Antonio Hernández, Ignacio Gómez de Liaño… Con Lostalé y López Luna ya había coincidido previamente en la Facultad de Derecho, donde Javier dirigía el Aula de Poesía; también nos veíamos con frecuencia en el Ateneo de Madrid o en las tertulias de Rafael Montesinos en el Instituto de Cultura Hispánica, seguidas esstas de nuestros “vinos” en la taberna “El quinto toro”, en la zona de Argüelles. Los centros culturales del Instituto y del Ateneo. unido al Café Gijón, serían también para mí lugares de reencuentros con Francisco Umbral.

En la tertulia de Montesinos me presentó Gloria Fuertes mi libro Preludios, a la que asistió un jovencísimo Leopoldo María Panero. Leopoldo trabajaría un breve tiempo junto a Umbral en las revistas que dirigía García Nieto. En el bar de Cultura Hispánica me sorprendió Leopoldo por entonces un día cuando llegó impecablemente trajeado. Poco duró en él aquel trabajo y aquel atuendo.

Pero el día que acudí por vez primera al Gijón me sorprendió el ver en la tertulia de los poetas, que presidía Gerardo Diego, a algún otro poeta, sí, pero también a autores que escribían en otros géneros, como Buero Vallejo, Enrique Azcoaga o un jovencísimo narrador, autor solo de dos libros editados al año siguiente, en 1965, Balada de gamberros y Larra, anatomía de un dandy: Francisco (Paco) Umbral.

Existía cierta confluencia en aquel grupo en el que no había asomo alguno de discrepancia ideológica o política, a pesar de que en el mismo, como se puede apreciar, había participantes de todas las tendencias. Sí había, sin embargo, alguna discrepancia estética o poética, siempre educada y como subterránea, pero evidente. Baste ver que entre los poetas se encontraban García Nieto, Ramón de Garciasol o Manolo Álvarez Ortega.

En aquella tertulia, a pesar de presidirla, Gerardo Diego callaba mucho y, cuando iba a hablar, antes cerraba sus ojos un buen rato y luego emitía una opinión escueta. Quizás el más locuaz era Azcoaga, crítico de arte a la sazón, pero con una larga trayectoria cercana a la poesía, ya desde los tiempos de las Misiones Pedagógicas y de amistades como la que tuvo con María Zambrano. Umbral, como los demás, callábamos bastante y poco sabíamos entonces del torbellino literario, de aquel genio naciente de la prosa que iba a ser Paco. Por eso, en aquellos primeros encuentros, lo recuerdo escuchando más que hablando con su muy grave voz. También recuerdo en aquel grupo a Antonio Pereira, que se incorporó más tarde cuando viajaba a Madrid desde León.

No todos saben que Umbral fue un temprano crítico de poesía y, toda su vida, un sensible y fiel lector de este género literario, hasta el punto de que el lirismo es una de las claves de sus libros, pues a veces sus páginas se tornaban en verdaderos poemas en prosa. Así, de manera muy especial en Mortal y rosa (1975), el mismo año que yo publiqué Sepulcro en Tarquinia (“Antonio Colinas, autor por siempre de Sepulcro en Tarquinia […] nuestro Juan Ramón de hoy”, escribiría él sin yo merecerlo en una contraportada de Diario 16.

Por la cercanía de Umbral a la poesía también debemos recordar que, después de su fugaz trabajo como periodista en León, una de las primeras labores de Paco fue la de hacer crítica de poesía en la revista Poesía Española, que García Nieto dirigía, junto a otra, Mundo Hispánico. En esta última revista recuerdo las entrevistas muy abiertas, con artistas, que Umbral publicaba.

Pero del Umbral crítico de poesía recordaré una anécdota concreta: cuando en 1969 yo publiqué en Adonáis mi libro Preludios a una noche total, me dirigí al Instituto de Cultura Hispánica para llevarle un ejemplar dedicado. Recuerdo que entré en la sala y, por unos breves momentos, él siguió inclinado sobre la máquina de escribir tecleando raudo. Cuando alzó su cabeza y me sonrió yo le tendí mi libro, pero me quedé muy cortado cuando él me dijo: “No es necesario que hubieras traído tu libro, pues precisamente ahora mismo estoy escribiendo sobre él”.

Su artículo apareció en el número siguiente de Poesía Española. Como constatación de otro hecho cierto (y sobre todo por su curiosa sincronicidad) por aquellos días también le llevé un ejemplar de Preludios a Gerardo Diego. A este lo esperé discretamente a la entrada del Café para entregarle mi ejemplar dedicado, pero, también sonriendo, Gerardo me dijo casi las mismas palabras que me había dicho Umbral: “Ya tengo tu libro. Ayer hablé de él en Radio Nacional”.

Esta circunstancia no la recuerdo ahora solo por cuanto a mí se refiere, sino para recordar que también en Gerardo Diego hubo un constante comentarista de poesía desde Radio Nacional de España. Él había abierto así una colaboración y un interés por la poesía que habría de tener en Radio Nacional hasta hoy una fecunda estela de continuadores: José Hierro, Javier Lostalé O Ignacio Elguero. Algún día habría que hacer un merecido homenaje a estos poetas que, como Umbral, mostraron en aquellos años y en los siguientes su interés por la poesía.

De aquel joven e incipiente escritor que era Paco Umbral tengo otro recuerdo muy especial, unido precisamente a Gerardo Diego. Umbral presentó, en el Ateneo de Madrid, el libro de Gerardo –el más taurino de los poetas del 27– El cordobés dilucidado y vuelta del peregrino (1966). Ya vemos de qué manera Paco estuvo siempre cercano a la poesía y, en el caso de Gerardo, por tantas razones.

Dos recuerdos más para terminar de Paco, pero siempre unidos al Café Gijón. Había, como digo serenidad política y buen trato entre los componentes de la tertulia, pero un día, uno de ellos, se sintió ofendido por un comentario que Umbral había hecho en uno de sus artículos y a su vez fue Paco el que resultó ofendido ante el silencio y la inmovilidad de todo el Café Gijón. Ya lo he recordado en otros momentos como constatación de algo verdadero y con testigos: Paco se retiró cabizbajo y dolido hacia la barra del bar y sólo hubo dos personas, dos jóvenes poetas, que se levantaron y acudieron junto a él y allí le acompañaron: Marcos Ricardo Barnatán y Antonio Colinas.

Aun así, fueron como digo las disidencias estéticas las que predominaron en la tertulia “de los poetas” que, al fin, se dividió en dos grupos: la de los más jóvenes, que pasó a “presidir” Manuel Alvarez Ortega y el de los más mayores, en la que siguió Gerardo un tiempo. Hacia los más jóvenes se inclinó desde entonces Umbral. Como maestro nuestro fue también reconocido el cordobés Manuel Álvarez Ortega, no sólo por su poesía tan depurada y reflexiva, sino por sus extraordinarias traducciones, entre las que destaca la voluminosa de la poesía francesa contemporáneas que editó Taurus. El otro recuerdo entrañable va unido a esos momentos, ya nocturnos a veces, que seguían a la tertulia en los cafés y bares de los alrededores de Recoletos o de Moncloa, algunos días en compañía de María España, su mujer, o de Társila, la de Diego Jesús Jiménez. A aquellos días tan especiales uno también mi encuentro con María José, mi mujer. Paco Umbral con su melena y su chaquetón azul marino ya destacaba con creces entre nosotros, no solo por su altura física, sino porque en él ya se intuía el genio de la palabra que llegó a ser. Y que aún es.

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