Artículos Francisco Umbral

Art Nouveau


Respaldos entramados como una dulce tortura de sogas decorativas, butacas como damas delgadas de sexualidad manierista, forradas de selva pálida y con patas de leve/aleve curvatura femenina. Art Nouveau, de nuevo, entre nosotros. El Modernismo como eterno retorno de los versos de Rubén dichos por Berta Singermann, el Art Decó como paraíso artificial y poltrona donde un siglo, el nuestro, quiere morir, descansar, en brazos (brazos alabeados y decorativos) del anterior. Política Art Nouveau mientras a las "pinturas negras" de Goya, en el Prado, se las come la oscuridad. Supresión del griego y el latín en la enseñanza (me escribe la Universidad de Salamanca). No vayamos más allá del Art Nouveau, que es una metafísica de empresarios, eso que todavía Fernán-Gómez llama "patronos". Tiempo de silencio en cassette, como si fuese Mogambo. La denuncia y la vanguardia como piezas curiosas del barón Von Thyssen. La vuelta del art nouveau no sabe uno si es buena o es mala. Los periódicos, un suponer, son art nouveau, y la cabecera de este mismo es retrospectiviamante. Pero los periódicos "seguirán siendo el eje de los multimedia", según los expertos. Y es que hay más prosa y más ideas, aunque sean art nouveau, en el último periódico de provincias que en el laconismo radiotelevisivo.Antoñete, un torero art nouveau, de mi generación, vuelve al ruedo, en vista de que "guardar a una mujer no puede ser" (Charo López), según nos enseñan estos días Moreto/ Marsillach. Antoñete sabe darle a la lidia (quizá no a la femenina) esa filigrana sobrante que es la voluta relajante de la vida. Entre la Bauhaus y Antonioni, somos una generación castigada por la línea recta, como distancia más larga entre dos puntos (aquí de Máximo y su continua utilización irónica de la recta). Ya que hemos hablado de Von Thyssen, en su colección hay un Juan Gris, Botella y frutero, que es ya la incardinación suasoria del plano ascético en el mundo rizado e improbable de Gauguin y Degas. Claro que en seguida llegaría Dalí, con sus sueños causados por el vuelo de abejas alrededor de granadas, para hacer el nuevo art nouveau, el de nuestro siglo, el surrealismo. Lo del socialismo reconvertido, lo de la socialdemocracia extravertida, lo del liberalismo reverdecido, no son sino las actuales invitaciones/incitaciones/ tentaciones de la política para que nos tendamos en la poltrona art nouveau, a la puerta de nuestra casa, hasta que veamos pasar el cadáver de nuestro enemigo estético, que secularmente es el pueblo. Pero la política misma es art nouveau en cuanto parlamentarismo florilegiado de números, como antes de sinestesias, razones de la sinrazón que la razón no comprende y otros emparrados de alicate con que el Gobierno y la Oposición se dan sombra mientras el sol de las huelgas deslumbra la calle.



Antonio Stradivari murió hace dos siglos y medio, tras haber creado el más prestigioso luthier: el stradivarius. El art nouveau es una nostalgia de las líneas mágicas del violín, y nosotros somos una nostalgia (deliberada, malcriada) de las líneas opulentas del art nouveau. Esto explica la ansiedad y el respiro con que muchos intelectuales y políticos se despatarran en la chaise / longe art nouveau, llenos de un bostezo histórico. Se piensan de vuelta de todo, pero sólo están de vuelta al sofá del abuelo.

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