Artículos Francisco Umbral

Senos


Estuve la otra noche en lo de la Montiel, en el Scala, lo cual que bailó con Rodríguez Sahagún, disfrazado éste de madrileño, en plena aceleración electoral. Antoñísima fue la primera en volver a los senos altos como amígdalas (ya se sabe que las mujeres se ponen los senos donde quieren, incluso en la espalda), y, recia como es ella, sigue fiel a la tradición manchega y la teta remontada. Hay toda una sociología sobre la altitud de los senos femeninos. Cuando el franquismo y El último cuplé, efectivamente, se llevaban en la boca. Era una forma de reivindicar a la mujer como hembra mamaria, muy de acuerdo con el Imperio bahamondista, que aconsejaba dar el pecho directamente a los niños. (El blevit/cinco cereales es ya una invención democrática). Luego vinieron las progres, las existencialistas, las hippies, las que quemaban el sostén en ceremonia pública, brujas de sí mismas, exorcizando al demonio de derechas que las poseía, y se llevó el seno suelto, a su aire, se llevaron las dos palomas inquietas, y sonantes de movilidad, entre las que tuvimos nuestros grandes amores imposibles. Quería decirse que la española, siempre más adelantada que el español, se había emancipado de Franco y liberaba sus pechos de las Leyes Fundamentales del Movimiento, aunque no de las leyes fundamentales de la gravedad. De cuando los senos altos, recuerdo a Lola Cardona, que hacía una función con Fernán-Gómez, en plan senos/amígdalas. y, Fernando nos decía en el café: "Cada vez que tengo que abrazarla en escena, se las noto, sin querer". Lo del seno lacio, laso, caído, a su aire, dio mucho juego como "contestación" a la dictadura. ¿Cómo le iba a preguntar un gris a una señorita si llevaba o no llevaba sostén? La España de pechos para arriba, como montañas nevadas, fue la España autárquica. La España de los senos caídos, levemente colgantes (hermosa cacofonía) fue la España de las maravillosas progres, en la que tuvimos nuestras mejores novias y mentoras políticas y amigas de la Unesco. Hoy estamos en una España, la de Felipe González, de senos libres, como novilletes, pero firmes y adolescentes. Es la España de la fiesta del derroche, que se lanza a la locura del consumo. Los sociólogos dicen que para combatir la crisis. Pero nadie, cuando pide otra ronda de cigalas, piensa en combatir la crisis, sino en las cigalas, como nadie piensa en el niño cuando lo fabrica. La España de las progres llega a su perihelio y decadencia lírica con Mercedes Sampietro, doble cinematográfica de Pilar Miró (Mercedes, los senos mejor caídos y pesantes y maduros del cine). La España de González es otra vez la de las adolescentes que ignoran la crisis de más de diez años y han hecho del consumo su ecología. Compran motos, apartamentos o lavadoras a tope. Trabajan en todo. Su cuenta del mercado crea inflación. Ligan con chicos de pantalones de lunares, van de minifalda y sombrero/pamela de mamá, que fue tan retro la pobre. Es la España de Felipe, que está defendiendo todo eso con la Opción Supercero, el rechazo de los F/16 americanos y la palabra más alta que otra de Fernández Ordófiez. Queremos la España de la libertad de consumo y tetas, pero no queremos más F/16 que matan en nombre del liberalismo yanqui que se ha cargado a Hart y su modelo, que le ha hecho a Gilda unos funerales moralistas. Hay quien ve, en el presidente, cansancio, hastío, desgana y apatía. Uno le ve como el presidente total de las adolescentes de pechos libres y en su sitio. González está siendo, aunque no quiera, el presidente reiterado de la economía del derroche, que es la de Bataille y la nuestra.

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