Artículos Francisco Umbral

Pujol


Se lo decía yo la otra noche, en un taxi, a Rubert de Ventós:-Yo espero más de Catalunya, Rubert. Me parece que Catalunya no está dando lo que, quienes la amamos y admiramos profundamente, esperábamos de ella en una democracia abierta que todavía no se sabe si va a resolverse en federalismo o en liberalismo centralista.



 



Se lo decía yo la otra noche, etc. Y ahora resulta que Pujol anuncia elecciones autonómicas para el 29 de mayo. El señor Jordi Pujol representa exactamente, para el columnista, una Catalunya "mal encadenada". Una Catalunya que ni es ni no es. La Sagrada Familia de Gaudí nos resulta hoy una catedral sumergida bajo el Mediterráneo comercial de un voto conservador y un líder que tiene mucho de aquel "pequeño rey" de La Cordorniz. Eugenio Trías ha iniciado la inteligente misión de devolvemos a Eugenio d'Ors (quizá el mayor escritor catalán del siglo), y d'Ors era profunda y anchamente europeo, hasta el punto de diagnosticar, sobre la guerra del 14: "Esto es una guerra civil". Pujol, por el contrario, no es nada europeo, sino que vive y muere pendiente de Madrid, y esto a quien más nos decepciona es a los madrileños. Aquel provenzalismo pasado por el barrio chino, aquel novecentismo con Casas, Sert, Picasso y los anarquistas, el socialismo catalán, hoy el más lúcido de España, el Port Lligat de Dalí y los orbes párvulos y mediterráneos de Miró, todo eso parece sumergido por una política bancataria y una gestión de puente aéreo.



Pasión por Catalunya se llama esta figura, lo que uno siente y de lo que uno se resiente. La derecha centralista espera un nuevo fusilamiento del PSOE, en Catalunya, el 29/M, ametrallado por los votos pujolistas, que son los votos del pequeño ahorro, la caución y el pseudocatalanismo localista y demasiado artrósico para bailar la sardana. Porque uno ve o cree ver, modestamente, un catalanismo hacia adentro, aldeano y quietista, sólo agitado pasajeramente por el alma del garbí, un catalanismo que no va más allá de Escudillers, y otro catalanismo (el que nos fascina), helénico en Planes, europeo en Tápies, barroco en Clavé, lírico en Cuixart, ribereño y/universal de Espriu a Gimferrer. Catalanismo introvertido que sirve de peana, podio y coturno a Pujol. Catalanismo/europeísmo, este otro, el postrero, que yace, como embarcación fenicia, sumergido con el Parque Güell, donde hacen vida submarina universalistas como Pániker y el citado Rubert de Ventés, un Brossa sacralizado/escayolado y una Silvia Munt que al fin ha encontrado, con la Ondina de Giradoux, un teatro donde estrenar y estrenarse. Sólo algunos pequeños escribientes florentinos, algunos pequeños vigías lombardos, deliciosos y geniales, como Vázquez Montalbán o Juan Marsé, escapan al naufragio político/cultural del Titanic de Convergencia, que tiene como grumete/capitán al señor Pujol. La derecha centralista, ya digo, quiere hacer del fracaso del PSOE en Catalunya un fracaso peninsular del socialismo. Pero cuestión es ésta de poco momento. El Parque Güell, sí, único jardín en las noches de España abierto a todos los porvenirismos, es hoy flora submarina en una Barcelona que Pujol ha. convertido o querido convertir en La isla de los muertos, de Böcklin, pero una isla de los muertos con Banca Catalana.



Mas no es esto una columna política, sino un canto de amor frustrado a Catalunya, la Catalunya que tocamos con mano temblorosa en cualquier esquina del Barrio Gótico, donde el gótico tiene aún fiebre de criatura. Catalunya, Catalonya mal encadenada por los siglos, momento fascinante del Mediterráneo, anarquista y barroca, helenista y federalista. Catalonya, en fin.



 

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