Tener y no tener
Tener y no tener, tituló Hemingway uno de sus relatos. A cierta edad todo se reduce en el hombre a tener y no tener. Miren ustedes al señor Zapatero, que vive de lo que no tiene y murió de lo que ya no tenía, o sea su fama, su gloria, su historia, su violencia y su épica. Hemingway es un escritor que a mí no me gusta demasiado, un escritor para escritores, que de vez en cuando vivía de lo que no tenía hasta que llegó a tener la herramienta definitiva, o sea un rifle. Hemingway, en su retiro, le pone aceite a su rifle con ese amor de los americanos, conquistadores a tiros de una democracia que no había. Conocí en el Oliver madrileño al Premio Nobel y también a Anthony Burgess, que era más novelista que el yanqui, pero no le hice entrevista a ninguno de los dos porque ya empezaba a repugnarme el género. No conviene tocar el poema demasiado cuando sabemos que así es la rosa. Visité con urgencia a Graham Greene, en cambio, y a Salvador Dalí en el Palace de Madrid, porque ambos eran interesantes para el hombre y a cierta edad ya se preocupa uno un poco más de formarse que de informarse. O sea, tener y no tener. Me he quedado a escribir en el jardín, desoyendo la llamada del jardinero marroquí y otros hombres del cayuco, a quienes siempre he recibido abiertamente. Está uno en la edad en que un jardinero marroquí o una empleada del hogar como éstos que me habitan, pueden ser un manual humano que nos informa más y mejor que cualquier libro. No diré esa barbaridad de que ha llegado la época de dejar los libros, que siempre son insustituibles, pero luego están otras benditas bestias de lectura distante y amena que animan el paisaje. Las palomas son las páginas de ese libro siempre en primera edición. Y las ardillas en edición infantil y las fuentes, que son carta de agua y no dejan de dibujar su prosa en el aire como si tocasen un violín acuático. Y «las aladas almas de la rosa del almendro de nata». Nos situamos así en la luminosa indecisión entre lo que nos da el jardín o el poema y lo que nos ofrece la biblioteca, pero mejor no elegir. Mejor tener y no tener. Hemingway es un lírico que no lo parece y ahí está su vigencia periodística. Estamos en junio y, como dijera Eugenio Montes, estrofa es lo que vuelve. Eugenio Montes, poeta y viajero, sería algo así como el Hemingway de la aventura americana. Uno ha conocido muchos Hemingway, numerosos Hemingway, pero a ninguno le ha trasteado el cinqueño de la vida como al señor Ernest. El otro día sí que me acerqué a Madrid y vi con asombro que la ciudad, lejos de mi huerto, estaba muerta de muerte taurina y viva de mujeres goyescas, que son las que más tonelaje le dan a la plaza. Tener y no tener. Tengo un jardín allá y otro o el mismo por aquí. La vida es tener y no tener, ya lo dije al principio. Hemingway tuvo la Guerra Civil española y la perdió. Por eso es Hemingway. Si la hubiese ganado sería un fascista. No había que ganar aquella guerra. De vuelta al jardín marroquí, encuentro la selva felina y luciente de los gatos. El gato es el lince del pequeño burgués como yo. Cerca y lejos del gato anda el perro, que es algo así como el crucificado de una Semana Santa de animales. Todos me reconocen porque me ladran sin hostilidad. Vivir es tomar y dejar razas amistosas. Tener y no tener.