Artículos Francisco Umbral

La Santa Transición


El prestigio y la leyenda de los años 70 con la escenificación de su calendario ha llegado a tal éxtasis que yo la he definido como la Santa Transición. Los hechos, efectivamente, son o fueron una escenificación magistral de los propósitos revolucionarios o simplemente democratizadores por parte de los protagonistas, que llevaban muchas cosas dentro y no se guardaron ninguna, sino que les dieron cumplido acuerdo en la acción y la obligación. Cerramos los ojos para rememorar aquellos tiempos y nos parece más Historia Sagrada que historia militar española, bordeando una aventura histórica que tuvo al mundo pendiente de España, no ya por una galopada de los franceses o por una aventura de la Guardia Civil, sino por una fascinación casi cinematográfica de los periodistas suecos al definir el tricornio de Tejero como «un gorro de torero». El franquismo vivió cuarenta años y el suarismo se proponía durar otro tanto. Carmen Díez de Rivera, asesora del presidente, le instaba para no hacer su partido personal y gobernar. Pero luego ya sabemos lo que pasó. Nadie había escuchado a aquella mujer translúcida y la democracia vino por otros cauces. Era todo tan perfecto que incluso se glosaba a sí mismo a medida que invadía la Historia. Con gran facilidad pasamos de un liberalismo heredado a un socialismo liberal y luego ya saben ustedes. Del señor Zapatero hemos aprendido a poner la Historia a nuestro favor para luego escenificarla con escenificaciones callejeras, peatonales, como las de esta semana que cumplimos, y que le permiten al presidente soñarse otro Adolfo Suárez, pero menos. La orgía del fin de semana ha sido un éxtasis a pie y un autohalago legislativo en el que no le ha faltado a ZP más que vestir el traje de lunares, entre El Escorial y la Giralda, montar una cadena verbenera de aquí a los juicios de la Casa de Campo. Y convocar a los rojos para que vuelvan al Manzanares, como en Canciones para después de una guerra. Los churros del Viaducto, barrio que inicia un estilo griego de ser madrileño, y memoria de Cansinos-Assens. Hasta allí llegamos el sábado, atravesando el Madrid del tardofranquismo, el socialismo felipista, el aznarismo macho, la noche de Ramoncín, hecha de guerra y marfil, el inconformismo de Gallardón y otros gallardones más municipales que una acacia. Lo que más nos cabrea es que al presidente se le haya borrado su obra como la modernidad borra los ballets rusos de Picasso. Pues todo eso es ahora la movida zapatera. Aquí no se mueve un mueble ni fondo de armario sino que las teatralizaciones del presi se borran como tales en la memoria, se dan por olvidadas como unos sanisidros y se vuelve a empezar, con himno de Rajoy, hasta después del cálido verano. Dice Gordillo, ese pintor inteligente, que él consideraba los premios como otra burocracia, los escritores catalanes de la Generalitat se niegan a escribir catalán para el Gobierno. Es otro fracaso de los gobiernos peatonales que ahí deja Zapatero. Toda la labor de ZP se ha desvanecido hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas, como poetizara Pablo Neruda.

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