La pálida tisis
En su día, en su año, nos tocó sufrir, vivir la pálida tisis, que era el editorial luctuoso de una guerra que la jugaron todos y la perdimos nosotros, los de la pálida tisis. Ahora anuncian los medios científicos que la tuberculosis vuelve y si eso es cierto quiere decirse que España vuelve, con sus movidas, posguerra y víctimas, a su condición dúplice y que la pasada por el socialismo, la monarquía y la modernidad fue sólo una aventura de la paz en 40 años familiares de Pascual Duarte, de colmenas donde se acolmenaban los supervivientes de todo aquello y de estraperlos plurales y señoritas intactas tras su aventura tísica de hospitales en la sierra y adolescentes solemnes de ataúdes y angelitos negros. La sombra del ciprés no es sino la sombra alargada de aquel Caudillo mediocre cuyas nietas recorren Europa degradándose la sonrisa en su aventura equinoccial de la noche madrileña. La vuelta de la tuberculosis, que es una enfermedad para después de la guerra, supone que todas las guerras son en vano y aquí no aprendemos nunca a dejar en paz la nariz maltrecha de don Pablo Iglesias. Con la pálida tisis de los años 30 perdíamos la alegría fugaz y republicana del momento. Luego, nuestros héroes maltrechos recuperaron la nobilísima enfermedad familiar y hasta los hombres fuertes y seguros, como Cela, desaparecían en los cafés novelescos bajo la dictadura femenina de doña Rosa, que en cada sitio había una doña Rosa siguiendo la Guerra mundial detrás de unos poetas sangrientos y unos periódicos de media tarde. Hemos llegado a tope con la cosa inmobiliaria, pero el otro día me preguntaba una doctora inteligente si aquí habrá médicos para tanta gente o enfermos para tantos hospitales. A la postre tendremos que irnos todos a la División Azul a comer odres de mierda en los alegres campos de batalla, hasta volver a una España que también se alimentará azumbre a azumbre y tendremos para todos. Es inverosímil que tras guerras civiles y frías vuelvan a plantearse estos problemas que no son sino el costumbrismo del hambre o el hambre de más costumbrismo. Estamos en el centro de la movida internacional, pero las pesetas ya no son pesetas sino que las llaman euros y todo el mundo yace bajo la maldita ley del redondeo, que no es sino una estafa elegante a la puerta del hotel. Íbamos a hacer la revolución y sólo hicimos una movida de niños bien que cantan en inglés, un inglés que suena a castellano. La tisis, con su tos harapienta, merodea como un perro hambriento en torno de nuestro nivel de vida. A los gatos hemos tenido que esquilarles como ovejas porque han envejecido de guerras y ya no se lavan. Quiere decirse que han perdido su fe en nosotros y su mirada policiaca. En cuanto a las ardillas, saltan por el jardín como signos gramaticales chinos. Son, sí, un invento gramatical y exótico que a lo mejor tiene hambre. La tisis, sombra pálida en la que se morían los drogueros adolescentes, es la palabra sombría que puebla España cuando España arde en provincias y el número de viudas cuenta la sangre inocente de los nuevos caídos y los nuevos matados. España ha perdido hasta el nombre. No somos sino la renovación de un funeral que llovió hace mucho tiempo.