San Pantaleón
En estos días se licúa, como todos los años, la sangre de San Pantaleón, que llegó a Madrid en el siglo XVII y se encuentra en el convento de la Encarnación. ¿Y por qué no empezar a creer en estos prodigios, cuando la racionalidad nos está llevando a demenciales espectáculos de locura política y social? Las monjas de la Encarnación andan estos días desaladas, con la famosa licuación, pues al fin y al cabo tienen a un hombre en casa, a un hombre vivo cuya sangre corre como si San Pantaleón hubiese tomado Viagra. En realidad el verano es tiempo de licuaciones y dan mucho juego las licuadoras. Debe ser por el calor. Todos los veranos, al mismo tiempo que San Pantaleón, se licúa el Estado, porque el rey está en las regatas y el presidente en el Azor, en Doñana o en ese chalet de un amigo levantino adonde va Aznar. Con el Estado en licuación ocurre que los partidos se vuelven contra los jueces, los periodistas contra los partidos y Felipe González contra los periodistas. Lo cual que Glez. es otro caso de licuación estival evidente. El otro día diagnosticábamos lo suyo como paranoia crítica, pero también pudiera tratarse de una licuación cerebral pasajera, muy propia de esos 50 grados que aprietan en la calle Alcalá. Lo que uno ha descubierto es que cuando el Estado se licúa por vacaciones, los españoles somos más felices, no pagamos impuestos, fumamos lo que nos da la gana, escribimos lo que nos da la gana, faltamos a la Constitución y descubrimos La Rosilla, que tan oculta tenía el Estado. La licuación del Estado (anarquismo) es buena para el individuo, pero no tanto para la colectividad, porque las paridas que se están diciendo a derecha/izquierda, a propósito del señor Marey, se deben a que cada bandería va por libre y cada uno barre sangre para su casa o para la del vecino. La licuación canicular (qué palabra, qué asco) de San Pantaleón nos manifiesta que hasta la sangre de los santos se alborota en verano y es como si las monjas de la Encarnación, tan céntricas, anduvieran en bikini. Mi amigo el gran pintor Cristino de Vera se ha retratado desnudo en la piscina Stella, adonde no va hace cincuenta años. Insisto: la licuación del Estado, con los ministros en su chalet adosado y los palaciegos en un perpetuo bautizo, nos descubre un anarquismo estival donde hasta Julio Anguita cuelga la hoz y el martillo en los percheros de invierno. Como ahora no hay Estado, Anguita se permite decir a sus chicos que arríen el estandarte comunista. Esto es la licuación de la sangre roja de todas las revoluciones. El PSOE se licúa todos los días en declaraciones contradictorias, pues ahora son tres a opinar, y el PP le da una tregua a Tocino, pues parece que la mierda de Doñana se va licuando. El verano debiera estar prohibido. El verano es cuando se licúan todos los poderes y al español le sale ese anarquista en camiseta que lleva dentro. El verano es peligroso porque el Estado, a la vuelta de las regatas y los yates, puede encontrarse con que hasta el máximo imaginario de la Nación, El Escorial, es piedra militar que se ha licuado en el fragor del turismo y los cursos de verano. Pero a mí me cae San Pantaléon porque viene todos los veranos, con el estiaje, a recordarnos la licuación de las instituciones y el reino de la libertad celestial en tanga. Luego volveremos a ser ciudadanos democráticamente sospechosos de todo. Viva San Pantaleón, patrón de la acracia madrileña del desencuere moral y los 50 a la sombra del calimocho.