Artículos Francisco Umbral

Las cerezas


Las cerezas. No es un programa de televisión. No es un título de Gabriel Miró. Es el último libro de Gracia Iglesias, una poetisa alta, joven y beligerante. Ahora ha vivido al costado del fuego, puesto que su pueblo es Guadalajara. Pero uno cree que Gracia Iglesias, nacida en Lodares, Madrid, 1977, periodista y poetisa, ha vivido siempre al costado del fuego. Ahora publica Aunque cubras mi cuerpo de cerezas, su segundo libro tras ganar el premio Gloria Fuertes. Gracia Iglesias nos dice: «Sospecho que soy humo».Pero su biografía (no la sentimental, sino la municipal) nos sugiere que Gracia es combustible. Saca unos libros delgados, ligeros, de títulos caprichosos, ilustra a Luis Feito y no para. - Dime algo para nuestros lectores. - Me complace pensar que los libros de poesía son pequeños monstruos de papel. Estos monstruos maravillosos se alimentan de cerezas y tienen algo de extranjeros. Gracia hace una poesía ya crecida, pero la letra con que me dedica su libro es algo así como párvula, la letra de una generación que ha padecido todos los planes de enseñanza de estos malos gobiernos. La chica tiene también el Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández. Le dieron la noticia cuando volaba las cumbres en su aparato volador, que es por lo que se conoce ahora a las poetisas. Las que no gastan aparato volador seguramente son funcionarias y utilizan ese chisme para ir a la oficina. «He perdido la paz por ofrecerte todos los tatuajes de mi alma.Esos que pertenecen a la noche sin hilos y despiertan tramando mi epidermis. Murciélagos que se beben la yema de los dedos.De dónde viene ese sonido fresco, enjambre laborioso de palabras, marejada de grávidas botellas con mensaje, han devuelto la luz a mi hemisferio. Son pájaros que recorren la piel de los espejos». La poesía joven parece que se divide hoy en dos tendencias: los derechohabientes de Gil de Biedma, que narran la vida íntima o histórica y quieren ser algo así como los notarios líricos de una generación o varias. Los otros y las otras serían los que vuelven siempre a la aguerrida vanguardia, persiguen la sorpresa, cultivan el hallazgo y creen más en la palabra que en lo que la palabra dice. Gracia Iglesias pertenece a esta segunda escuela. Todos nos recuerdan a Blaise Cendrars y a Michaux, aunque ellos mismos no siempre los hayan leído. La poesía de vanguardia es siempre poesía joven, incluso cuando envejece. Gracia Iglesias está en primera fila de estas poetisas jóvenes (curiosamente, abundan más las mujeres) que han tomado las ruinas numerosas y bizarras de alfa y omega, hasta llegar a la elegía sacratísima y perdurable de Claudio Rodríguez o el intelectualismo agresivo de José Angel Valente.De ahí para atrás, ni una línea, a no ser que las cojas por sorpresa con un endecasílabo nerudiano. Gracia Iglesias es una más entre esta falange optimista y vital, pero es una menos en cuanto que se desdice pronto de las fórmulas que hemos enumerado para desmayarse a la manera de siempre con unos versos sentimentales, «Un gato hecho un ovillo enciende a nuestros pies su pequeño motor de confidencias».

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