Chiquito de la Calzada
Chiquito de la Calzada no es un intruso ni un atrevido ni un aficionado. Chiquito de la Calzada es justo el remate de un mozárabe hortera y andaluz que le estaba haciendo falta a este país para coronar la corrupción y explicarle al gentío. Chiquito es la apoteosis del palillo como gran argumento nacional, como emblema de la elocuencia cariada. Chiquito es el cantinflismo andaluz, el cuentachistes de la calle las Sierpes, el más gracioso de su barrio, elevado a categoría nacional en un país que ya vive sólo de las anécdotas. Porque aquí todo es anécdota. Amedo y Domínguez, Barrionuevo, Conde, Romaní, Roldán: no son sino anécdotas de sobremesa que nadie se preocupa de reunir coherentemente para darnos el mapa nacional, el rompecabezas completo: que España se nos va por las alcantarillas. Y cuando España se va por las alcantarillas, el hombre del año ya no es Felipe González, sino Chiquito de la Calzada, otro andaluz de parla fina que nos ha distraído a los nacionales de tanta corrupción, tanto narco y tanto muerto. En la postguerra fue Adolfo Torrado. El que repartía, o sea, el bicarbonato de la risa para hacer la digestión española de tanto muerto. Ahora es Chiquito de la Calzada, flor de horterismos candorros, esa gardenia popular, equívoca y de percal, que da el pueblo cuando ya no puede dar otra cosa. Las épocas de fuerte casticismo son épocas de introversión histórica, como el 98 o la citada postguerra de los 40. De la introversión cobarde, avergonzada, de ese atornillarse España a sí misma, con desesperación y gusto, nace o vive el género chico, nacen Lola Flores, Juanita Reina, Alicia Tomás, Ama Rosa, según las épocas. Ahora nos ha salido Chiquito de la Calzada. Chiquito, con el primor barato de su índice y su pulgar juntos, argumentativos, con su «pecadol» y su «finstro». Es decir, el analfabetismo como última respuesta nacional del pueblo al último timo, a la última estafa, al último crimen. Iban a traer una cultura del pueblo y para el pueblo, pusieron nombres de poetas rojos a todos los institutos de enseñanza media, Federico Gardía Lorca, Miguel Hernández, Blas de Otero. Bueno, pues toda aquella movida popular y culta, millonaria y renovadora, aquella utopía cuatrocaminera se ha quedado en Chiquito de la Calzada, en el halago cínico y culpable a los últimos rebeques y rebenques de un casticismo pobre, barroco y ágrafo. Al principio hubo una Edad Dorada en que las gracias las hacía Tierno Galván (ahora se burlan de él algunos miserables que llevan el fascismo en los calcetines y no lo saben). Los bandos municipales de Tierno, o sus frases, suponían una cosa popular y culta, callejera y jovellanista, irónica y compartida. Hoy, quienes hablan de Tierno/Drácula se ríen mucho con Chiquito, y hasta le encuentran sociológico. A lo último que ha llegado esta democracia armada, este enredo malo de pistoleros y ministros, este thriller cómico, no es a Mariano Rubio ni a Roldán ni a Conde. A lo último que hemos llegado es a Chiquito de la Calzada, florón calvorón de un pueblo sin clase ni sentido de clase, gracioso antiguo de una España antigua y puta, escobón del lenocinio que sale por la tele para barrer las últimas serpentinas y los últimos condones que ha dejado la clientela, la tropa bienoliente de los contratados, los subvencionados, los implicados, los muertos. Claro que Chiquito no sabe nada de esto. Chiquito resuelve España en un chiste. Chiquito no ha oído hablar nunca del humor negro. Pero lo suyo, hoy, bien mirado, es humor negro. Y con los muertos de pie.
