Artículos Francisco Umbral

Un genio


FERNANDO Fernán Gómez, en su prólogo a esta magistral adaptación, miente villanamente al decir que él no ha aportado casi nada a la dramatización de una de las primeras y mejores novelas de nuestra literatura.

Fernando lo ha puesto todo y ahí está, pues que la obra, pareciendo monologante y lineal, no es nada apta para el teatro, y menos en fórmula de monólogo.

Sólo la picardía de este gran pícaro en pícaros que es FFG consigue un delicioso y deslumbrante recital escénico a partir de novela tan remetida en la literaturidad.

Rafael Álvarez, «El Brujo», es un genio desconcertante que apareció en los cafés teatro de los 70/80 haciendo gracietas entre las mesas.

La perspicacia artística de Damián Rabal y Ornar Butler, esos dos grandes profesionales de la noche, rescató en seguida a Rafael Alvarez para el teatro que llamaríamos serio, y ahí está su interpretación de La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, una obra maestra del socialrealismo que ningún profesional del género ha igualado.

El primer acierto de FFG es intuir las posibilidades teatrales de texto tan literario como El Lazarillo. El segundo acierto, reforzar sabiamente esas posibilidades, hasta hacernos olvidar que estamos «viendo» un libro y no una comedia.

Sin decorados, sin ropa, sin nada, Rafael Álvarez hace el milagro, el Brujo hace la brujería. Y pensamos que es mejor así, ya que la desnudez de elementos permite y obliga a que este genio solitario de la interpretación se defienda, manifieste y brille por sí mismo, en plurales personajes -ciego, cura, hidalgo, etc., que, siendo muy ellos, están todos «dados» a través de la mímica y el sarcasmo de Lázaro.

De una obra picaresca y «realista», RA hace una creación barroca y nada realista, un recital plateresco, adornado, genialmente sobreactuado, de modo que en su gestualidad están presentes no sólo los personajes, pero las ciudades -Salamanca, Toledo- que evoca, cada una con su arqueología.

Encendida superación del realismo (al que sólo se vuelve en el intermedio, en el patio de butacas) en beneficio del mejor barroco que vendría en seguida después del «Lazarillo».

Rafael Álvarez es un genio solitario y Fernán Gómez le ha brindado su recital sagrado, consagratorio y delirantemente español.

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