Artículos Francisco Umbral

Aranguren


José Luis L. Aranguren. "Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa". Ante el último libro de Aranguren, uno quisiera hacer una mínima reflexión (que quizá está pendiente en el aire y no han hecho quienes debieran) sobre el estilo de escribir / pensar del filósofo más vigente y penúltimo de cuantos tiene hoy España."La vida cotidiana es, por de pronto, la mayor parte, con gran diferencia, de nuestra vida". Lefebvre y otros han reflexionado sobre eso. Hoy es un tema de moda en la filosofía. Sólo que Aranguren no monta una retórica de lo cotidiano, como casi todos (con lo que tanto nos daría que estuviesen hablando del Espíritu que planea sobre la Historia), sino que JLA reflexiona sobre lo cotidiano cotidianamente. Cotidiano ha sido siempre su estilo, su anti / estilo, y esto nos entrega a un pensador desnudo, que renuncia -¿éticamente, cristianamente?- a la fascinación de un argot propio, recurso final de los pensadores, de Heidegger a Zubiri, pasando por Ortega. En lugar de eso, Aranguren recurre con frecuencia a esa reflexión de las palabras sobre sí mismas que es la etimología (en alemán, francés, inglés, español, lo que sea), y lo hace, no como expediente rápido y mecánico para elucidar un concepto, sino (me parece a mí) con voluntad de contra / estilo. Desmontando cualquier palabra mágica de la filosofía, Aranguren desmonta el peligro de la elocuencia, la perfidia del discurso. Así, su ética estética le fascina a uno tanto más que su Ética. Claro que hay en Aranguren fijaciones del primer Heidegger, por ejemplo (el más lírico), pero Aranguren nunca se las apropia y siempre las "cotidianiza".



Su renuncia a un argot propio impide (mejor, evita) que Aranguren haya erigido una fábrica intelectual para sistematizar el mundo, ya que tales fábricas suelen sustentarse más en una manera de decir que en una manera de pensar. Todo esto nos entrega un filósofo desnudo, sin argot ni sistema, quizá postmoderno -¿postcristiano?-, cuya ética y "cortesía" (Ortega) es, no ya la claridad, sino la transparencia, el contacto directo con un pensamiento que primero renuncia al estilo y luego al dogma (¿y cómo defender un dogma sin la ballestería de un estilo?). Leer a Aranguren es como poner la mano sobre un agua fluyente, sobre esa claridad que arrastra el cielo a días, de un lado para otro, elucidándolo todo y sin que acabemos de saber dónde está el sol. "Vida cotidiana no es sinónimo de vida privada, ni vida privada sinónimo, sin más, de vida personal". Así de sencillamente va profundizando nuestro pensador la geología del vivir. Y esta sencillez, claro, no supone desvalimiento, sino, muy al contrario, un filosofar más allá o más acá (de ahí su sedicente "postmodernidad") de la soberbia filosófica, del énfasis del pensamiento. Aranguren está cada día más delgado por fuera y más desnudo por dentro, más abierto -crísticamente- a lo que la vida o la reflexión tengan que enseñarle. El haber renunciado a un estilo literario / filosófico (como a tantas cosas) le confiere, por contraste y ley paradójica, un estilo personal, humano, a partir del cual empieza a sernos otra vez, involuntariamente, un personaje muy literario. Inflacionado de elocuencia todo el pensamiento anterior, sentimos que, hoy, sólo es de fiar un pensador así, un hombre en quien se hace transparente la meditación, la duda, la vida. Un escritor sinnnnn argot y un filósofo sin dogmas.

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