Artículos Francisco Umbral

Machismo universitario


RESULTA que no hay una sola mujer, en las Universidades españolas, que haya llegado a rectora, ni esperanzas de serlo. Y sólo uno de cada diez vicerrectores es mujer. En España, la ciencia, como el coñac, también es cosa de hombres.

Acostumbrados estamos a que en la banca, el comercio, las finanzas, los negocios, las oficinas y hasta la prensa- ay, aquí, la prensa, las mujeres empiecen fregando el suelo de aglomerado o pasando la aspiradora por el parquet, para llegar, como mucho, a señoritas/búcaro o secretarias eficientes que hacen muchas horas/culo para el señorito, como la de Felipe González, que se le ha escapado ahora de la Moncloa. Y hasta puede ocurrir que sea vice en algo, vicerrectora o vicetiple, pero una mujer en la cumbre, mandando, pensando y decidiendo, eso parece que no se ha hecho para las cabecitas locas, las boquitas pintadas y los corazones solitarios. Ya lo decía la canción de entonces, cabecita loca de mujer, no sueñes tanto, porque el sueño suele suceder que acaba en llanto. Algún pensador ha escrito que la mujer introduce el desorden en el universo. Ahora, Rosa Montero va a publicar otra novela, y su título, Temblor, puede ser ya toda una definición de lo que la mujer siente ante el marido que pega o el jefe de negociado que mete la basta. Pero tampoco nos pongamos en lo último. Hay mujeres que, a fuerza de aplicación, buena conducta, sonrisas y lágrimas, gritos y susurros, han llegado a dirigir una revista de labores de punto.

Mandar, pensar, decidir, he escrito más arriba. Estos tres verbos asustan al hombre. El mando es masculino desde que Herodes mandó degollar a los inocentes (la leyenda es falsa, pero me viene bien). El pensamiento es germánico desde Kant y Hegel hasta Adorno o Benjamin. ¿Cuándo se ha oído a una mujer, mientras se da la leche hidratante, hablar del imperativo categórico o del Espíritu sobrevolando la Historia? Lo que ellas dicen mientras se quitan o se ponen la leche es que se casa Piedita en Los Jerónimos y no tienen nada que ponerse. La decisión es macho. Drácula decide degollar a los inocentes (las leyendas, tiene uno escrito, acaban coincidiendo con el periódico del día). Bush decide invadir Panamá, el Vaticano, el Canal, los mares, el mundo y la agencia Efe. Hitler decide que todos seamos altos y rubios, para lo cual el procedimiento más científico es hacer jabón con los bajitos y aceitunados. La historia está llena de grandes decisiones macho que han movido a la humanidad, también a las mujeres. Lo femenino es un concepto excesivamente sutil y delicado como para dejarlo en manos de la mujer. Lo femenino lo ha definido Freud y lo ha cantado Neruda. La mujer es que no sabe nada de lo femenino. La mujer no es sino el snob del hombre. Juega a imitamos. Toda esta ferralla de tópicos es el material que ha manejado siempre nuestro machismo, pero el peor de todos los machismos es el intelectual, y de ahí que las mujeres no puedan emplear sus facultades en ninguna Facultad, al menos hasta el grado de rectoría. En un cuento de Balzac, un marqués encuentra a su esposa en la cama con un cura. Va a matar al cura, pero ella se interpone: «¿Te atreverás a matar al padre de tus hijos?». Esa inteligencia relampagueante y sinuosa, femenina, es la que nos atemoriza a los hombres.

Balzac conocía a las mujeres. Nuestras autoridades universitarias parece que no tanto. El machismo intelectual, decíamos. Porque el albañil que anima a su señora la paliza de reglamento, el sábado por la noche, es tan víctima como ella (víctima de la sociedad, la incultura y el vino), pero el intelectual que discrimina a la mujer o la zahiere mentalmente, el que le hace luz de gas, en fin, éste es un fascista sexual para el que no hay disculpa. En un país con juezas, académicas y médicas ¿por qué no rectoras?

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