Antonioni en su mundo
Antonioni, a quien teníamos olvidado en su mundo y su tiempo, es una de esas glorias olvidadas que sólo da el cine y sólo repite Roma. Antonioni cumple 90 años, estrena películas y trabaja con un brío mudo que perpetúa su vida y su obra a la sombra de las estatuas romanas y al sol de este ferragosto encendido. Como si estuviera vivo. La cosa es que Roma nos conoció y la conocimos en la puntualidad intensa y creativa del viejo y glorioso realizador italiano. Su vida coincide con su gloria reivindicada y su paisanaje universal acude puntualmente con sus viejas y grandes películas a la cita de Europa y al quehacer incesante del viejo maestro, que está en Roma reivindicando la fama y el impacto de sus grandes películas, estatuas de celuloide donde compiten las viejas sombras del cine con la fiebre creativa, pictórica, renovada, de quien pudiera ser nombrado como el más desvariante maestro de las artes plásticas. Efectivamente, el cine es arte plástico y cuando Antonioni dejó de luchar contra su salud y su vejez, se continúa a sí mismo renovando sus antiguas y modernas películas y ahora encienden hogueras de luz y de música para asombro de un público que nada supo de Antonioni desde que allá, en los felices 50, supimos que su ingenio seguía inventando, muerto pero vivo. La biografía de Antonioni está viva y su filosofía es más certera que nunca. Se trata de una lucidez que recuerda a la de Picasso, pero en más certidumbre e intensidad creadora, porque lo que viene trabajando por dentro del insomne realizador es un existencialismo renovado, que contempla la izquierda italiana con entusiasmo y placidez. En casa de Antonioni pintan hasta sus nietos, a los que él ve inventar dentro de una tradición romana que por fin se encuentra con el cine. Efectivamente, el cine se repite en la pintura y el pintor se recrea en la película antes o después. Antonioni se descubrió a sí mismo gracias a la catástrofe feliz de sus enfermedades. Ya no tiene que darle más vueltas. Ya sabe que haciendo pintura hace cine y a la inversa, pese que a mi colega y querido Boyero le caiga retórico lo de los colores. El artista italiano parece que encontró su juventud definitiva cuando la vida le apartaba del cine, pero en realidad eso era una resurrección de la carne juvenil. Es cierto que Antonioni perdía público y audición al perder lenguajes, pero él supo recuperar idiomas y ahora es un artista como un siglo y un acontecimiento perdurable. Es lo que tiene Italia sobre Francia, España y el mundo entero: una capacidad de renovarse legendariamente juvenil, una musculatura intelectual y optimista que devuelve la risa a las estatuas. Eso es lo que hoy celebra Roma en Roma y en el siglo.