Artículos Francisco Umbral

Eugenio d'Ors


En aquel tiempo, por Madrid, los escritores iban de escritores por la calle, porque había una cultura general y viandante como había una pintura visible y catalogable. Ahora, si quieres conocer una verdadera cultura tienes que irte al fútbol. En el fútbol en seguida se aprende algo y los más eruditos recurren al Marca. Es cuando en los tranvías se oye decir al obreraje: «Pásate, macho, el Marca con las alineaciones». Don Eugenio d'Ors había venido de Cuba a hospedarse directamente en la calle de Sacramento, pasando de largo por Cataluña, adonde dejó una señorita enamorada y nunca vista, que se llamó Teresa, conocida y desconocida en las Ramblas como la Bien Plantada. Teresa era más famosa en Barcelona que en Madrid. Un día fui a comprar un libro de D'Ors y me lo pusieron caro. Cuando le protesté al quiosquero, me dijo: «¿Caro por una peseta? Si lo supiera don Eugenio». Naturalmente, me llevé a casa el libro, que más que libro era un cuaderno de aquellos de Novelas y cuentos, que se habían vendido mucho cuando la guerra y luego los chicos seguimos vendiendo cuando la posguerra, que fue una época muy cultivada y muy dorsiana. Metido don Eugenio en el bochinche de los armados, un admirador le dijo en el café, aludiendo a su uniforme espectacular: «Se ve que le gustan a usted los uniformes, maestro». Y replica D'Ors: «Me gustan los uniformes siempre que sean multiformes». El ingenio de D'Ors era más madrileño que catalán, y su talento pensante también. Así que no le costó nada ambientarse en Madrid, donde se le podía encontrar, en el Museo del Prado, de cinco a ocho, viviendo sus Tres horas en el Museo del Prado, yendo sin parar de sala en sala, visita que también explicaba, porque este catalán genial lo explicaba todo. Las marquesas le invitaban a dar conferencias en su palacio solamente por ver cómo se vestía, que solía hacerlo a juego con el tema conferenciado. Así, para hablar de Goethe, se disfrazó de Goethe. En sus conferencias no se sabía qué atraía más, si la palabra o la aparición, porque lo suyo eran apariciones. Podemos decir que D'Ors promovió gloriosamente la cultura verbal de la época e hizo que esa cultura cobrase prestigio por un solo hombre y todos los que le imitaban. D'Ors no tuvo competencia de Ortega hasta mucho después, cuando ya se había retirado a su ermita marinera de la costa catalana, adonde subía y bajaba los pisos según la voluntad de su difícil escalera. Al quiosquero a quien le compré el libro de Novelas y cuentos, reseñado aquí, le compraría yo más tarde Oceanografía del tedio, que es su libro más sugestivo y gratuito, libro ni de izquierdas ni de derechas sino arte por el arte, prosa pura que no se somete a la jerga de los periódicos sino al juego y el hallazgo que luego sí han inventado otros escritores. Agotados sus hallazgos barrocos de última hora, tuvo que inventarse una hora penúltima de los que llamó indalianos, que tenían tanto de Dalí como del propio D'Ors. Porque D'Ors, perseguidor de vanguardias, como el propio Dalí, y ahí está la crisolinfa paladiana, o sea un surrealismo dorsiano del que conservamos viva memoria adolescente. Toda guerra promueve genios.

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