Los veranos
Decía Camilo José -¿recuerdas, Marina, recuerdas, Raúl?- que en otoño amarillecen los perros. Ahora voy yo y digo que en invierno palidece mi yegua. Este verano compartido y disperso, lleno de hogueras de luz, de ríos delineantes, tiene el recuerdo de aquel poeta. De los veranos y de los estíos se han dicho muchas cosas y hasta CJC aprovechó para establecer estas categorías verticales. Preguntado por las razas, CJC alinea: «Puestos a organizar, me establezco así: los animales domésticos se me aparecen en este orden, el perro, la mujer y el caballo». Cuando entonces al maestro se le amotinaron todas las mujeres peninsulares, empezando por la suya. No sé si me explico. El perro venía por la nieve rusa aproximando la revolución que ahora va a renovar Putin con un par. Al caballo lo redimió Felipe González sacándolo de los hipódromos elegantes y apuntándolo en el segundo socialismo español. Incluso yo encontré que hacer a los caballos de derechas era un acierto que no había previsto ni el perspicaz Felipe, con lo bien que habría decorado allí Carmen Romero con sus conjuntos entre socialistas y griegos. Pero llegó Aznar, que era un rojo de derechas, y encontró que Ana Botella tenía más marcha en La Moncloa, en el Ayuntamiento, en las sociedades anónimas y en los telediarios de su gente. Ramoncín se quedó para el ilustre caballo y el rock vallecano, Carmen Romero para Telva y la revolución, insisto, para Putin. Pero los españoles nunca han tenido la cosa tan clara como CJC y ahora el inmenso verano de la España profunda se divide en dos zoologías: las nacionales de Rajoy y las desnudadas de la Malvarrosa para arriba y de Ibiza para abajo. No encuentro yo otras categorías más anecdóticas que éstas. El salto de un mes a otro no es más que un salto de cama. Casi todos los estudios y seminarios en torno al largo y cálido verano me salen un poco cutres, un poco nacionales y un poco marginales. Como hemos dicho más arriba esta zoología de verano aporta dos razas: con y sin tanga. La España bautizada con agua agnóstica del Mediterráneo y la España sin bautizar. Zapatero ya le ha enviscado los perros del escándalo a los obispos que se bañan desnudos en agua bendita. Lo cual que, hablando de desnudeces, el chiste del verano les ha salido inevitablemente verde. Ya saben, lo de Letizia y su aguerrido esposo en una revista catalana. Aquí, vacilando, descubrimos otra anécdota o categoría, los chistes de príncipes y los chistes de reyes. Barcelona es más picaresca que Madrid. Hace un humor y hasta lo vende y aprovecha ese mercado de Las Ramblas para meter, entre dalia y dalia, una anécdota principesca. Antaño, entre dalia y dalia, lo que metían era un ramo de flores envenenado que mataba al hombre ilustre con mucho ruido. Ahora la muerte la pone el tren y el ruido lo pone el sindicalista. Así, lo que Zapatero ata en la tierra Piqué lo desata en el Palau. Así, Rajoy, no acaba de saber lo que tiene en aquella Autonomía, que es sutil en la expresión y gótica como una catedral en la adicción. Nos pasan en todo.