Polanco
Cuando muere un hombre como Polanco todo el mundo experimenta el afán de añadirse al difunto contándonos las muchas veces que comió con él y las muchas cenas, partidos de fútbol y en este plan. Pero no es todo vanidad en tal cuestionario, sino que la gloria mundana tiene un epílogo que es difícil evitar. Jesús de Polanco se cuidaba mucho de rehuir estas vanidades que decimos, de modo que su gloria póstuma queda más limpia que otras o, al menos, más enjuta y elocuente. Por lo que de mí puedo decir, lo cierto es que durante el puñado de años que estuve en su periódico sólo le vi un par de veces, y con esto bastaría. Naturalmente, en ese par de veces siempre estuvo Juan Luis Cebrián de por medio con una presencia benefactora para mí. Y, puestos a esbozar la biografía del periódico, diremos que entre los primeros candidatos a la dirección estaban Miguel Delibes, Manuel Leguineche, el mismo Juan Luis, etcétera. Entre los clásicos reseñados siempre para un periódico antifranquista e intelectual, se habló de Julián Marías, Laín Entralgo y ese lote de profesionales prestigiosos que podríamos enumerar en cualquier momento. A mí me llamó personalmente Cebrián, me llenó de elogios incontestables y me trazó un porvenir de mucho trabajo y poco dinero. «Entre todos los que escriben periódicos en España tú eres el que más me interesa». Se veía claro que Cebrián me estaba proponiendo pagarme poco en dinero y mucho en elogios, no porque esto estuviese bien sino porque era la manera más inteligente de hacer. Después de otros trámites versallescos fui a parar a la inevitable columna política, social y literaria. Cebrián me sugirió meter muchos nombres con mucha gente y muy conocida. Era la fórmula de Alfonso Sánchez en Informaciones, que a todos nos divertía, pero sin tantos «teléfonos blancos», como solía escribir Alfonso, el viejo maestro. Me gustaban estos referentes y empecé citando mucho a los principales, pero en seguida abrí mis palacetes y lecturas a la gente internacional, a lo que se leía por entonces en Madrid. Subiendo unas escaleras Juan Luis me presentó a Polanco y tuve ese escalofrío de grandeza que me inspiran siempre los famosos. En otra ocasión semejante conocí personalmente a Polanco, siempre inducido por Juan Luis, y el gran jefe me hacía señas para que aceptase una silla, pero lo dejé por timidez. La timidez me ha llevado en esta vida a hacer las peores cosas. Soy un tímido que recuerda mucho y ahora contaría un encuentro chez Thyssen, cuando Polanco dejó unos momentos la presidencia para venir a abrazar a una amiga que podía ser mi mujer. Pero tales abrazos no comprometen a nada y nosotros sólo íbamos a ver una exposición. La vida de un personaje como este originalísimo Jesús de Polanco sólo puede conocerse a través de la crónica minutísima de sus episodios y audacias. Luego ha proliferado en España este tipo de financiero americano que en general se sabe la lección, aunque últimamente todos andan algo desmadrados. Digamos que han descentrado su propia biografía, pero todos, antes o después, han sido políticos, numismáticos, viajeros y famosos. Siempre tuve la sensación de que yo a Polanco no le interesaba demasiado y no voy a decir ahora que se equivocaba, pero ya está dicho.