El Fary
La semana pasada murió en Madrid El Fary, a edad avanzada, en Ventas o Las Ventas, barrio popular y costumbrista que está perdiendo la costumbre. Uno pudiera decir que fue convecino del Fary, aunque la verdad es que ese barrio tiene numerosas alturas y temperaturas, y El Fary era pura aristocracia de la acracia y siempre nos vimos poco. No aprendí de él lo que debiera. El Fary se hizo en la calle, al Fary le hizo la calle y terminó pronto, porque aquel héroe de la vida era corto o bajito y breve. Si tuviera que definir uno al Fary científicamente diríamos que fue un animal de tribu, o más bien un solitario en el interior de una gran población, como son esos barrios de Madrid, inagotables y vivísimos. En la vida del Fary hay un dinosaurio pequeño y poco peligroso, un dinosaurio humano que un día descubrió un taxi libre y a partir de ahí empezó su carrera financiera que desde años antes había sido folclórica, musical. Contaba Ramón en sus greguerías que el elefante es la cabina telefónica de la selva. El Fary, desde que descubrió el dinosaurio, era la cabina telefónica de Las Ventas. Decía el otro día la hija mayor de Lola Flores que, inevitablemente, también es folclórica: - Quiero paz y lo mismo me da que la traigan los socialistas, los del PP o la Renfe. Es el instinto gitano y flamenco que se repite en Madrid a sí mismo tumultuosamente y hace de él la capital andaluza, la Sevilla caló, aunque ahora digan los sevillís que es la ciudad que menos les gusta. Fui convecino del Fary con un piso que tuve en la calle de San Marcelo, cuando todavía no existía el Abroñigal ni la M-30. Eran los tiempos en que los colegiales iban a la escuela, mayormente las chicas, con el biquini, so pretexto del calor en las aulas. Frecuenté el estudio de un fotógrafo que tenía allí, posando desnuda, a la hija de un funcionario respetable y a una profesora de literatura venida de provincias. El estudio estaba decorado de mujeres y periodistas, entre ellos yo mismo. El Fary era popular en todo el barrio con sus canciones improvisadas o tomadas de otros más famosos. Tenía la virtud de ponerle gracia y flamenco madrileño a todo lo que cantaba, porque era el Bob Dylan del folclore neohippie. Recordaba al Gitano Señorito y practicaba el humanismo del taxista, que es muy extenso. Era así como el último pícaro de una picaresca taurina. Pensábamos que en aquel barrio se cultivaba el rejoneador gordo, pero lo digno de ver eran los caballos de Ascot, que nadie sabía cómo llegaban allí, pero quedaban muy elegantes y elegantizaban todo el barrio. A mí me regaló Blasco una yegua muy joven y recatada. Fuimos a verla un día de lluvia y todos temían que se constipase, pero el constipado fui yo. Cuando volví por Ventas, más tarde, tanto al Fary como a mí nos había corrompido el dinero, que el dinero siempre corrompe cuando es poco. El Fary era como un limpiabotas venido a más. Madrid produce ese tipo en serie. Hacíamos tertulia en torno a la gran báscula del puente y allí pesaban a la niña que no pesaba nada y sufría por no existir, pues no veía cómo existir sin pesar. Un problema metafísico en una báscula de ganado. Adiós al Fary.