Machado
En esta movida de multitudes que ha caracterizado a junio no podía faltar la poesía, el poeta popular, el que pretende hablar de tú a tú con el público, con el español medio, con el medio español. Son los llamados poetas sociales, porque hasta el 98 no aparece la poesía con marchamo, pero ya después del 98 el poeta se vuelve sobre sí mismo, con ademán que bien pudiera venir de Baudelaire, y se adelanta a ponerse título a sí mismo, a exhibir una conciencia de generación y una nómina. La poesía social, que algunos creían superada, renace en otros como se ha demostrado. Claro que todo esto estaba ya en Rafael Alberti, pero el personalísimo Alberti andaba, como siempre, perdiéndose y encontrándose en su Arboleda perdida. A la sombra andaluza y puntual de una generación, los poetas sociales sacaron a la calle el Machado de Pablo Serrano, que capitanea la Biblioteca Nacional mediante el sencillo trámite del jardín. El único poeta que tuvo conciencia de su adjetivo fue don Antonio Machado. Los «sociales» posteriores prefieren quedarse en un naturalismo casi campoamorino, porque la poesía social es íntimamente política y eso de politiquear con todo se va quedando para el señor Zapatero. Ángel González, Caballero Bonald, Paco Brines, fueron las estrellas de día completando la sencilla galaxia de la lírica. ¿Hay una poesía social vigente y hasta con sindicato? Hay algo más íntimo y profundo que es esa misma poesía sentida por dentro y sacudida por fuera cuando se vuelve fragor de banderas y pancartas. La poesía en la calle quizá se aproxime más a la gran poesía, pero don Antonio Machado tenía más de poeta íntimo, como Juan Ramón, que de bardo callejero. El poeta social ha vivido durante unos años, la posguerra mayormente, bajo el beneficio de esta duda, pero hoy podemos recordar la ironía de Vicente Aleixandre en la intimidad: «Con Gabriel siempre tenemos un problema, y es que Gabriel no es poeta». Pero sí lo era. Y algunos de los grandes, como José Hierro. Hemos vivido unos días en que la calle, muy sensibilizada, ha vibrado con la poesía social como con la guitarra de Serrat. Entonces hemos comprendido que poesía para el pueblo debe traducirse como «poesía del pueblo». Y entonces asume todo el protagonismo este pueblo como extenso caído o extensa asunción de toda la nómina más el grupo de Santander y así sucesivamente. Miguel Hernández, por ejemplo, yo dudo de que aspirase a esa poesía social, embebido como estaba por su barroquismo gongorinista y jesuita. El socialismo de aquel comunista ingenuo que fue Hernández le viene sin duda por la vertiente de su propio apellido, que al ser sometido a una lectura intimista se vuelve mágico y paternal precursor del 27. Hay una entrañable exageración en definir a don Antonio Machado como poeta social, pero así tiene más fuerza. Era más Machado que social y disfrutaba más grande fervor social de lo que se le ha atribuido. Fue hermoso y decisivo respirar a Machado en el aire de la mañana sabiendo que Machado vuelve siempre y no es poeta de aniversario sino que fue un poeta más, un caído de la causa sentimental e incluso sindical del socialismo español.