Adolfo Suárez
La celebración abstracta del aniversario de la Constitución se ha convertido en la celebración concreta de la persona de Adol-fo Suárez. Esto pasa siempre. Un aniversario no lo es de verdad hasta que encarna en cuerpo y alma bajo la figura vivísima de un hombre, ese hombre que puede encarnar un siglo. Los muy jóvenes todavía nos preguntan quién era Suárez, por qué Suárez y hacia dónde. Incluso se escriben grandes editoriales interrogándose sobre el enigma de este hombre. Pero no hay enigma. Hay otro señor en la sombra, Fernández Miranda, de perfil aquilino y palabra precisa y preciosa. Conocí a Fernández Miranda en el Club Internacional de Prensa. Echaba una conferencia de tema laboral, creo recordar, y su discurso era buido, filoso, incalculable. Desde entonces supe que el franquismo, al no tener partidos políticos, se construía sus minorías propias para ir decantando el Régimen hacia la nada. Y en la nada estaban los hombres como Fernández Miranda para inventarse a Herrero Tejedor, a Martín Villa, a Adolfo Suárez, a Areilza, incluso. A este último le visitaba yo en su dacha de El Viso con más provecho cultural que político. A Martín Villa, por ejemplo, lo conocí en León, donde los leoneses, lúcidos como son, le habían inventado esta leyenda constitucional: «Rodolfo Martín Villa se subió a un coche oficial a los 20 años y todavía no se ha bajado». El talento político se paga en chascarrillos que hacen más historia que la propia Historia. En cuanto a Adolfo Suárez, era otra cosa. La mente sibilina de Fernández Miranda había elegido de manera propia el estilo de Suárez, eso que hoy llamaríamos el talante. Suárez era un tornado de la política, una energía libremente enviscada, siempre al servicio de lo mejor y pasándose un punto, pero sólo uno, en el servicio de las cosas. Tanta capacidad humana se asistía del beneficio de algún supercerebro. Miranda apostaba ya, en la sombra, por el naipe encendido de Suárez, el chico de Ávila que llevaba maletas en la estación. Ésta era la clave del futuro nombramiento del hombre que necesitábamos. Yo creo que lo que digo lo sabe todo el mundo, pero no es malo recordarlo. Aquel suicidio masivo y neoclásico del Régimen se explica por el tirón humano de Suárez. Fernández Miranda ponía la fuerza mental y Suárez la energía primaveral de una primavera macho. El gran derrotado en la tríada fue Areilza, que ilustraría su fracaso con grandeza renacentista, aunque a algunos nos llevase al fracaso bondadosamente. Una aristocracia que postulaba por usted y, de rechazo por Adolfo Suárez, sin saberlo, no podía ser una mala aristocracia. Luego, en algunos temas se quedaría en mesocracia, pero con eso hay que contar porque pasa siempre. Suárez manejaba el enigma de su café con leche y su tortilla francesa. Nadie sabía que iba a formar un partido político para alcanzar el poder desde el poder. Sólo su secretaria metafísica, Carmen Díez de Rivera, conocía el juego e intentaba disuadirle de esa aventura que resultó catastrófica. Uno se mantenía a distancia saludando los pies de Carmen convaleciente, por si las flais, que diría Ramoncín, el mensajero mágico de entonces.