Artículos Francisco Umbral

El gallo en los toros


Toreo histórico en Madrid, toreo popular en Las Ventas. Todavía la herencia extranjera y vistosa de los caballeros portugueses, la corte de los Peralta y los caballos con lazo en el rabo y botines en los cascos. Es la prolongación madrileña de las corridas de San Isidro y de Goya. Como dijera José María Valverde, el hombre vestido de naipe. Caballos lisboetas que le han prestado a su señor una levita histórica y gentil. Madrid vuelve a ser la capital portuguesa o a la inversa. El minué de los caballos vive el acoso galante y turbio del toro emprendedor y maldito. Y el Sol, playa de la Luna, amarillento como un Casanova lisboeta. Pero no faltan los elementos gigantes de la fiesta, eso que Las Ventas tiene de baile real y segundones que apuran el perfil en un rejoneo adolescente y rondador. Y en esto que el gallo en los toros. La otra tarde, en un momento de crisis palatina, el gallo salta a la arena con el brío de un torero, añadiendo su perfil urgente a los rasgos violentos de la gallinería. El personal hace chistes como espadas contra el gallo perdido y el presidente de la tarde mira de refilón al intruso, al gallo corralero que ha deslindado la fiesta. El gallo audaz es esta tarde el señor Zapatero, presidente de un Gobierno desgobernado. Todas las galas de los galanes están ahora paseantes y mueven las banderillas rojas y blancas como bastones de la fiesta chismosa. La ropa que hemos admirado en los escaparates de la tarde podemos ahora admirarla reunida en el fondo de armario dieciochesco de doña María Teresa Fernández de la Vega. Ahora sabemos lo que representaba esta vicepresidenta que no representa nada. Su ajuar era un anticipo de las cortesanías que han malmaridado España y ella es la protagonista de todo el ajuar, madre madrastra de una política mal hecha y peor vendida, que resume la aventura vizcaitarra con su banalidad inconsecuente. El gallo en los toros. Zapatero tiene algo de gallo en los toros si confrontamos su nariz de pico, su pico de oro, su oro urgente, pero lentísimo, queriendo asomar ya unas elecciones y un alcalde municipal por abreviar plazos, mentir a unos y otros y retrotraer un socialismo de desfile de modas a los salones nocturnos de la Luna. El gallo en los toros, con la cresta beligerante, el temblor de España cuando pierde provincias y dice mierda. Tiene barbuquejo de sangre, ojo hirsuto y un temblor gramatical anunciando la guerra como paz. Metáfora de una noche de toros recalentada, genealogías de los Peralta, caballeros de la tabla redonda trapicheando España a la orilla de la sombra, donde los acuñados se apoyan como en un burladero y el veterano apoya su cansancio para volver a la capital de todas las Españas, que son un racimo violento en estos días y se pierden porque el gallo ha ido a Las Ventas para vender barato el toro de Ordóñez, herencia de oro oscuro y calderilla. Y así tarde tras tarde, una pululación de estancos nacionales y un patriotismo de cucharilla que era más verdad que todas las improvisaciones zapateras de una tarde política y castiza.

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