Artículos Francisco Umbral

Tierno Galván


Me escribe una Universidad madrileña pidiéndome colaboración para un libro/homenaje en el que están trabajando los más afectados por el rebrote y la revuelta de Enrique Tierno Galván, que efectivamente pasa por Madrid en la memoria municipal y volteriana. El socialismo de Felipe González se cierne también sobre la biografía del mozo sevillí, otro hallazgo de la memoria colectiva, y en este plan. El maestro Tierno hubiera encajado con éxito en otras disciplinas, pero aquí estamos nosotros para corregir la Historia. Efectivamente, como sostiene este grupo universitario que cito, practicó una doctrina social y municipal probando que todo es lo mismo cuando se ejercita la teoría de los vasos comunicantes. Y los vasos de Tierno, o sea los primeros, eran vasos de whisky. González le había retado a ganarse la alcaldía escribiendo todos los días un artículo demagógico y un bando volteriano. No hay que decir que Tierno venció su reto y sacó plaza. Cenaba todas las noches acompañado de su esposa, una especie de Claudette Colbert; de Carmen Díez de Rivera y de un servidor, más otras damas que no cito ahora. A este maestro le favorecía la noche, como a todo pensador o conversador simplemente, porque la noche, que se ha tenido por ninfa conspiratoria, se expresa más bien como una Circe que ha corrido todas las civilizaciones. Hay, sí, una Circe política y en voz baja, que es ya la cultura, otra cultura, otra dialéctica, que queda favorecida por el siseo de un mundano y por el ambiente de un ferrocarril. Ferrocarril era la máquina de un cosmopolita como Tierno. Los detectives de su guardia cenaban en la mesa de al lado, más identificados que nosotros con el paisaje ramoniano, mayormente con el «vagido de una cosa muda». Y con los detectives los bomberos. Me lo decía el alcalde: «Mire usted, Umbral, esta noche, después de la cena, voy a hablarles a los bomberos de Heidegger; creo que Heidegger va muy bien para recoger la basura». Los detectives de la democracia y los bomberos de Madrid eran como una multitud de teatro griego que esperaba al viejo profesor y son los que ahora descubren unánimes aquel socialismo de Zapatero que hoy no hace más que tropezar. Fueron muchas madrugadas paseando su avilantez y nutriendo su noche en blanco al costado rubio y elocuente de Carmen. Los chicos de la escolta le proponían al viejo profesor cantar lateralmente el Cara al sol falangista, como rebasando y rebosando el límite de todas las audacias, pero yo no toleraba el libertinaje ya peligroso que Tierno propiciaba mientras hablábamos de Eugenio d'Ors: «Tiene algo arrugado» o sea lo que él mismo venía a tener. Eran dos pensadores gongorinos que se hacían planchar el traje todas las mañanas. Aquella otra mujer, la suya a lo Claudette Colbert, nos retrotraía a los años de la estrella. Tierno desmandaba sus ideas presintiendo alcaldes municipales, y ahí está la aberración, pero seguro que lo iba a hacer muy bien incluso con los versos de Pedro Mata y sus bandos otra vez volterianos.

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