Los miserables
Las elecciones del pasado domingo no se han resuelto en las fechas y acontecimientos subsiguientes, como esperábamos, sino que fueron y están siendo un ajedrez enigmático en el cual las cosas se agravan, las reinas se disipan y estamos peor que antes. Se ha dicho mucho eso de que la inteligencia, España, es una interminable partida que sólo el ajedrez puede redimir, pero es que nosotros, frente al ajedrez de altura, sólo tenemos el parchís. Nuestros grandes políticos no han pasado del dominó y así, como deportes de mesa sólo conocemos el Marca. Pero ahora, tiempo más tarde de aquel domingo rojo, los problemas se recalientan y ya el pecado de España no se cuenta por partidas del Ateneo sino por presos voluntarios, delatores comidillas y otros personajes improvisados del cachondeo cortesano. Vicios de la corte, como diría Raúl del Pozo. Lo que pasa es que al variopinto Raúl también le conocemos otros vicios. El jaleo que a mí más me gusta es el del billarista monclovita y Ramoncín. Gallardón, que es un clásico de la política novecentista, ha utilizado el fondo de armario para acojonar al señor Sebastián, que el otro día comentamos aquí, que no en vano uno ha citado tanto en sus glosas y menudencias. Baltasar Gracián es un venero de españoles para realizar la denuncia en gay, que es la que practica Gallardón. Son devociones internas como las de Garcilaso, insultos nobiliarios como los del gran Raúl, que ejerce de sereno bohemio cuando a uno viene a verle Onofre, un camarero de la generación de González-Ruano. Las cachizas monclovitas dejan la revolución de Zapatero en un nacionalismo que el presidente exhibe y duplica trayendo a España al nuevo presidente francés. Ya que no se ha ganado la meta europea y Constitucional, ZP no renuncia a su totalidad eurorrepublicana y hace números como el de esta visita, que se repetirá siempre que queramos molar de cosmopolitas y dejar que nuestros presos se paseen por el barrio y nuestros acusicas, como el señor Sebastián, que renuncia al soborno del PP y declara en los banquetes como declaraba Napoleón ante sus carceleros, o sea que se va. Lo cual que los hacedores de la Historia, un preso romántico, como el Conde de Montecristo, y un señor acusica como el pésimo Sebastián, que es lo mejor que ZP pudo encontrar en el Rastro del domingo, cuelgan de todas las farolas de París lampasadas de luces de bohemia. En las Ventas sigue manando sangre. No sabemos en el día de la fecha. Todos los presos históricos se van a la calle o al Seguro, clamando en un atrio de rejas por la libertad del hombre que nunca la tuvo y que esperaba mucho de las elecciones. Andamos por la undécima corrida goyesca, aunque nunca se sabe quién está allí reiterando los vicios de la corte y quién las virtudes de los cortesanos políticos, que se van todas las tardes a los toros y están acabando con la fiesta, que ya nos llegamos por el hijo de El Cordobés, el gran torero del franquismo. En Madrid siempre acaban aquí estas cosas: a Zapatero le toca vestirse un caballo de Peralta, que son como de bandera republicana. Y habría que decir que le sientan más y mejor que al doméstico presidente francés, o sea Sarkozy.