Artículos Francisco Umbral

El joven josefino


Por fin sabemos qué cosa era el talante de ZP. El talante no era su sonrisa fría, el talante tampoco era su urgencia revolucionaria que cogía el avión para cualquier parte y todavía está navegando. Tampoco era la ceja cabreada de ZP. Su talante era su optimismo, su confianza, lo que parece tener su sonrisa dominical y perdurable. Ahora ha formulado esa sonrisa con una frase que dice: «Todos estamos satisfechos». Después del revolcón que le pegaron el domingo noche, Zapatero sigue satisfecho. Haría falta una cadena de explosiones verbeneras para acabar con el talante de este joven josefino de izquierdas. Por cada bomba de optimismo que ponía en la vida política ha salido luego disparado. Cuando suspendía, solemne en todo, sus discursos fundamentales, talentosos, la más guapa del pueblo se colgaba una sonrisa ante el pecho para que no le confundieran con nadie. Así recorrió España verso a verso, con una cierta ficción de zarzuela y un susto que no asustaba nada. Después de un día de apuestas democráticas y de otro día de riesgo elegante, Zapatero le dice a otro manda como él: «Todos estamos satisfechos». O sea que el optimismo de ZP es incorregible. Se acuesta sonriente como un Niño Jesús y se levanta regocijado, partiéndose el alma de reír. ¿Cuántas elecciones municipales necesita este hombre para comprender que tanta alegría es de mal gusto? Cuánto varapalo de Mariano Rajoy habrá de curtirle el pellejo para que cometa algún derroche y se atreva a pensar por sí mismo. Estamos esperando el manteamiento del hermoso segundón al que retratan ya Condoleezza Rice y no digamos el vaquero Bush. Y siguen las firmas y las formas. Ha sido ésta una semana fuerte. Sonsoles no pasa de la media sonrisa, Pepiño Blanco ensaya nuevas trampas para el personal y el joven Bardem sigue triunfando entre el mocerío cinematográfico de Cannes. Lo cual que el chico, o sea el del talante, deja sin pagar el teléfono. Pero ahora se conforma con la elegancia invasiva del perdedor, ha descubierto ya eso que la vida nos enseña: que el fracaso es más elegante y benéfico para el hombre, que la derrota es más literaria que un clamor de banderas numerosas. Zapatero no puede abandonar el triunfo porque es la insignia del triunfador. Ha descendido un escalón en su camino de perdedor, que justo es el escalón del fracaso donde ponemos un pie unánime para aprender de la vida, o sea para olvidar. Este señor desvariante a uno le parece de más interés políticamente que el otro, el anterior, que iba por toda la ría luciendo las pantorrillas. Bueno, las pantorrillas y las cejas. No parece este señor decidido a convertirse en un okupa más, entre los okupas de La Moncloa porque a Sonsoles tampoco le va. Forman un matrimonio muy guapo, pero nada parisino. Los matrimonios y los niños han de venir de París, salvo que ZP se confunda de sacramento. Y para tomar a un Pepiño adoptivo se hace un poco tarde. Todo estaba perdido por la izquierda y, el domingo el jefe reunió al rojerío para darle alas por la derecha y comunicarles que deben estar satisfechos. Creíamos haber acaba- do con un Gobierno socialista, pero no habíamos hecho más que empezar.

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