Artículos Francisco Umbral

Si fuese Ciudadano Kane soñaría hospitales...


En esta semana presenta su libro. Llevamos mucho tiempo esperando ese libro del Ciudadano Kane y los hombres buenos. Es el libro donde ha metido toda su vida este personaje impar en la vida madrileña y en la aventura de vivir. Juan Abarca, un salmantino con silencios de galaico, un hombre de la ciencia, la amistad, la calle y los viajes. A mí se asomó con una curiosidad científica que no ha cesado. A Juan Abarca Campal le interesa el hombre y le despierta la curiosidad el enfermo. - Esta semana presento mi libro, espero verte. Pero eso nos lo dice todas las semanas Juan Abarca Campal, múltiple en apellidos y en aventuras. Ahora va a ser ya. Juan trabaja despacioso, pero lento. Su personalidad se abrió como una flor masculina allá en los tiempos en que Madrid era una fiesta y Juan vivía entre el avión y el quirófano. Quiso ser aviador en la aventura todavía romántica de salvar la vida a los primeros aviadores arriesgados de la Aviación Militar. Y lo consiguió a costa de sí mismo, instalándose en la enfermedad antes que en el peligro. - Pero estaba la medicina, Juan. Para aviador, para cirujano, para el peligro y finalmente personaje de hombre volcado en el hombre. Su misión misteriosa es prestar un servicio. Él se pone ahí y se atreve a prestar un servicio. La cabeza pensante, la mirada lentísima, la palabra insinuada, la respuesta sabia. Está ahí, silente. En las fotografías antiguas posa más joven y ahora ríe menos, ríe sin risa, como tirándole silenciosos mordiscos a la vida, que eso es su sonrisa de lobo cansino. Ha soñado plurales instituciones sanitarias por España. Sigue ofreciendo hospitales a la política española y ahora parece que se anima con los libros para contar su propia vida, consciente quizá de que la aventura es como una metafísica que dejamos ahí a nuestro amigo y nuestro enemigo, siempre sufridor. A mí me dice: «Tienes que salir más, ahora no sales». Tiene razón. Sale uno poco porque la amistad también se merece un tributo de conversación y generosidad. El doctor Abarca, el aviador intrépido, el amigo triste, se merece su sacrificio. Abarca tiene amigos como el doctor Obeso y uno mismo, que uno también es un contemplador de hombres en el plenilunio de las mujeres. El doctor Abarca empezó arriesgándolo todo cuando no tenía nada que arriesgar. Se bordó de hijos en su matrimonio con significativa mujer, viva y bella, Carmen Cidón. Esa parentela ha sido luego el hogar profundo donde Abarca, mi admirado Juan, ha ido encontrando la populosa vida de después. Personaje singular, uno se complace en ofrecer este retrato de español unánime a quienes sólo se asoman vidas de santos y muertes de banqueros. Juan Abarca se oculta en su voz dormida, en su teléfono móvil, en sus cines poco vistos, en su risa silenciosa, su mirada cansina, quizá triste, sus paseos solitarios por la ciudad, y ahora nos ofrece este libro múltiple, muy escrito, muy revelador y numeroso. Personajes muy creadores del nuevo Madrid, como Ruiz-Gallardón o Esperanza Aguirre saben lo que vale y lo que cuesta un colaborador de la entidad de Abarca. Cinco litros de sangre, por fin su título, es un libro que no dice nada pero lo cuenta todo.

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