Artículos Francisco Umbral

La monarquía prodigiosa


Francisco Franco cruza y sostiene su mirada con la de Fernández Miranda. Rafael Borràs vivió aquello como Historia y ahora lo cuenta como una mañana madrileña y color gentío, «desde un siglo amigo». Los Cruzados de la causa están en marcha a través de un bosque humano por donde se alza Juan Carlos I, que va a encarnar la serpiente borbónica de la Historia. Santiago Carrillo es, al otro lado, el secretario de un paciente comunismo que se aburguesa en la orilla humana de todas las revoluciones. La Duquesa de Alba, a la noche, me preguntaría qué significará ese señor que mandaba en todos los campesinos cuando los campesinos sólo se sentían mandados por ella, aunque fuese durante la corrida goyesca en la que Cayetana había invertido su tiempo y el de su caballo. Pero todo iba a ser muy goyesco en la revolución plural y atroz que estábamos celebrando. Alfonso XII ya no volvía de los toros porque en Roma nunca hubo toros y el más asiduo taurino de la Fiesta iba a ser Alfonso XIII. Julián Gayarre cantaba en el Real y Don Ramón María del Valle-Inclán había definido la tauromaquia como el gran teatro taurino de España. Los Cruzados de la causa todavía no tenían su rey en marcha y el general Primo estaba limpiando la escopeta militar. Doña Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII, vivía prácticamente separada de su marido. Sólo se les veía juntos en la berlina de los toros. El rey vivió en Roma como un rey de hotel y los españoles nada sabían de la reina. El general Primo en seguida tuvo modales de dictador entrañable. Largo Caballero está viniendo por las ojivas de la Historia para capitanear una izquierda que tiene su destino y no lo sabe. Los Cruzados de la causa van promiseando hacia una república teñida de bandera española, con ese morado característico que será como la contraseña de Don Manuel Azaña, que todavía se entrevistaba con el general Franco en virtud de sus cargos respectivos. En la vida española todo olía a cuartel o bien a cacharrería del Ateneo. Los intelectuales se enmascaraban en aquel aura de oposición y parecía que la temperatura aburguesada y liberaloide iba a durar siempre para acabar con los ateneístas de café recalentado. La intelectualidad, con Ortega a la cabeza, retoma el liderazgo de España. Ortega, en sus múltiples capitanías intelectuales, ha perdido pelo, pasea abrigos de burgués germanizado y alterna con personajes tan estupefacientes como Serrano Súñer, que quiere desentenderse de los sueños idealistas y fanáticos que acentuó la Guerra Mundial. Los Cruzados han ido cayendo en una monarquía prodigiosa que magnifica el Teatro Real, inicia la dialéctica europea de las multitudes y va dejando de ser juanista de Don Juan para reteñirse discretamente de hitlerianismo. La madrina de este caudillismo es ahora Doña Carmen Polo de Franco, que implanta la mantilla española en las celebraciones y actos públicos. Fernández Miranda, verdadero renovador de España a la muerte de Franco, se enlutó de gafas negras. Dolores Ibárruri y el poeta Alberti inician lentamente el descenso de la izquierda magna a las ojivas de la democracia.

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