Artículos Francisco Umbral

Lluvia


La lluvia, esta lluvia de primavera, es una cosa muy literaria, una lección de estilo. Si nos fijamos un poco se verá en seguida que lo que ha salido es una caligrafía de primavera, y luego una lluvia escolar, una lección de letra inglesa, una letra de monja y, al siguiente folio, una carta de soldado a la novia, una escritura de cuartel, una sucesión de pergaminos, porque la lluvia es escolar, los novios la hacen para abajo y las novias no hacen ninguna escritura porque no saben. La otra tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú. Sólo hay que fijarse un poco para estudiar la lluvia, esa lluvia que está tan humanizada por la literatura. Aquí, en este pueblo donde escribo, se me ocurre un relato corto que ya se le había ocurrido a Somerset Maugham, con gran éxito de crítica y público. Es lo que tiene la literatura, que en Majadahonda, un suponer, roza el Premio Nobel, y en Madrid no es sino el chaparrón de todos los atardeceres primaverales, erguidos en la estatura de Ana Fernández Mallo. Se trataba de dar un premio de novela titulado oportunamente «Francisco Umbral», que se da anualmente porque anualmente llueve el mismo día y a la misma hora, para que se vea la puntualidad de la lluvia y la gente. Ya que no otra cosa, aquí repartimos premios para que no todo sean supermercados. Hasta vino Esperanza Aguirre entre Metro y Metro inaugurales. Esperanza cogió este Metro literario en marcha a principios de la cosa, que yo me recuerde. La lluvia reúne mucho a la gente y la literatura la dispersa hacia las tiendas de paraguas. Andaba olvidadizo el premio de mi nombre y esta vez lo han recuperado con fervor. La ninfa de la novela pueblerina es la citada Ana Fernández Mallo, una de esas literatas encendidas que se retiran a su cabaña de lluvia en una voluntaria aventura sentimental que dura para toda la vida. Lo más novelesco que yo encuentro en este pueblo, cantando bajo la lluvia, es Foxá, nieto o así del Conde de Foxá, escritor que yo traté y leí mucho, autor de Madrid de Corte a Checa. Algún concejal tardío me situó como capilla o capullo de aquel premio que crecía de mala gana y nos fue dando algunos libros interesantes, mayormente femeninos, con reiterada tendencia erótica. No es un gran premio pero sirve para matar el tiempo lluvioso de la lectura y la vida social en este páramo. Alguno de los premios ha sido hasta publicado en Madrid, aunque ustedes no se hayan enterado, porque Madrid ya se sabe que ignora lo que pasa en provincias. Me decía un amigo: «A mí me gusta vivir en Madrid, pero aquí en tu casa de pueblo». Ruiz-Gallardón ha dicho muchas veces que somos la localidad más brillante de la Comunidad. Claro que Gallardón anda persiguiendo a un presunto delator amoroso y ya se sabe lo que son estas cosas. Con la sesión de la otra tarde hemos recuperado la gloria inmarcesible de mi premio. Los mejores escritores de provincias hacen toda su obra pensando en Madrid. Madrid es la capital literaria de España. Lo que no se vive o se escribe en Madrid es que no ha ocurrido nunca. Eso es el centralismo cultural de la Villa y Corte. Pero esta tarde sigue lloviendo y yo tengo nostalgia de Madrid cuando estoy en el pueblo. Y viceversa.

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