Artículos Francisco Umbral

Miguel Delibes


Me escriben de una universidad pidiéndome un artículo sobre Miguel Delibes, para un número monográfico de esos que se usan para convertir a un escritor en una monografía. Estaba yo trabajando en algo así, pero he aceptado inmediatamente porque a mí Delibes me tira, o, como dicen los castas madrileños, «me pone». Hacía mucho tiempo que no cogía yo los instrumentos para seguir los pasos de Miguel con toda la panoplia de cazar y descubro que es una gozada volver a sumergirse en las ojivas castellanas de este gran escritor. Como la literatura es muy paradójica, ocurre que ahora, cuando Miguel trabaja menos, por razones obvias, es cuando más se le mantea. Todo nuevo y un manteo con manta suntuaria o colcha como las que usó su hereje para ganarse a pulso la difícil devoción oriental, hasta quemarse las difíciles galas y decir aquello tan marchoso para decirlo un católico: - Esperemos que Cristo cumpla su palabra. Cuando leí aquello hube de alegrarme mucho y pensé para mí: «Nuestro Miguel está salvado; le pide cuentas a Jesucristo y por ahí empieza la duda, que es la salvación». Aunque Delibes lleva toda una vida con estos ejercicios espirituales de la caza, que son la barbacoa dominical del católico. O sea que nuestro cazador le pone cuernos a la perdiz roja y luego lo cuenta en un libro, el mismo en que me descubrió que la mosca de la pesca no es sólo una mosca sino un alambre, o sea un anzuelo. Estas cosas, que Miguel las aprendía quizá en la infancia paterna y piadosa, viene a ratificarlas cuando se va a la guerra para defender sus ideales y a su madre, véase Madera de héroe. El protagonista de su novela bélica vuelve al pueblo algo decepcionado de la guerra, de la paz, de la pesca y de las moscas. Entonces va y se mete en la literatura, más como clavo ardiendo que como vocación tardía. Pero en aquellos años de paz sangrienta se escribe poco y mal, con lo que editores y críticos ven su mosca delibiana por todas partes y le dan los premios, la fama y el porvenir seguro, porque además de ser un maestro ocurre que vende mucho, el tío, con lo que despierta el odio de los consagrados de Franco, y en la literatura lo que más vende es el colega. Uno diría que Miguel ha hecho su gran obra sin prisa y con pausa, que es como mejor salen las cosas y acaba muñéndose un estilo sereno, reposado, igual. De nada le sirvió a José Pla decir que MD es un escritor fundamentalmente aburrido, porque quien aburre a los lectores, además de Pla, es el prosista ampurdanés que quiso salvarse de todo, hasta de la novela, y sólo se salvaba a media tarde, cuando ya no se le ocurría nada. Escribo en mal momento, cuando la mayoría silenciosa incurre de nuevo en Pla y Delibes reinventa su mejor relato, El hereje, entre hogueras, sedas y altares, librándose así de la calumnia de «novelista católico». Sobre Delibes ya está todo dicho, con lo que me resigno a escribir un artículo sin decir nada. Son los de mayor carga de ideas. Valladolid es ciudad taurina que ha dado buenos toreros y Los toros de Cossío. Miguel se ha salvado también de la fiesta y no digamos que se salvó de la mujer porque todo empezó precisamente cuando él empezaba a escribir a lo grande. Y ahí sigue aunque diga que no. Lo de las moscas tengo que mirarlo.

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