Artículos Francisco Umbral

Valiente Madrid


Madrid está viviendo una alegre erisipela de casticismo, Madrid, el Madrid de la Bombi es una comunidad lírica por donde se pasea Esperanza del brazo o bracete del muerto, o sea San Isidro, ese labrador tan vivo que llegó al milagro de que los ángeles le arasen la tierra mora de Madrid. Ese Madrid, éste, aquél, principia o principiaba en la estación del Norte, era un barrio lampasado de melancolía ferroviaria que más tarde huyó de sí mismo, de sus trenes y su tristeza, por el túnel por donde huyeron los madrileños hacia Francia o Alemania «vente a Alemania, Pepe» y todos encontrarían albergue bajo la puerta de Brandeburgo. La Bombi tenía una alegría menestral que sólo ha vuelto a tener este año con tanto sainete y tanta ministra marcándose el chotis de los socialistas venideros. La Bombi, decíamos, principia en la estación que ya no hay y sigue por la ruta de los vecinos ferroviarios que desayunan en Casa Mingo con un riojita despierto como un reloj. Luego vienen las turistas del melón abierto como el corazón verde de una amazona. Y el barrio echa a la calle todo el roperío de ancianos que viven de la jubilación y el Real Madrid. Hay tenientes de alcalde para bailar con todas las mozorras esbeltas de la orilla del Manzanares y una juventud fluvial que habita y cohabita en las piscinas del Lago y la Rivera. En la ermita del santo rezan a gritos las beatas de Goya, repartidas por todos los museos del mundo con la sorna y la sarna del viejo violento y madrileño, si no fuera tan aragonés. Aquel Madrid de la Bombi tuvo también un ferrocarril llamado Mataburras. Era un Madrid que a veces se vestía de circo y mataba un burro todas las tardes. Bueno, un burro o un niño. La ermita estaba macilenta de turistas y se decidió por alguien cerrarla para su conservación y trasladar lo que tiene de museo a otra ermita contigua. Ya dijo Ramón que esta segunda ermita correría la misma suerte que la primera. «Acabaremos teniendo un ferrocarril de ermitas». El barrio perdió para siempre su gemido (gemido de una cosa muda, dijo el poeta) y eso le quitó lirismo ferroviario, que siempre fuera el más triste, y ganó bullicio municipal con todas las madrileñas vestidas de madrileñas y enjoyadas con un botijo. El malagueño Manuel Alcántara se fue a vivir a la Florida para quedar un poco madrileño, hasta descubrir que el talante era él y no el barrio. Hay un fragor político en los sanisidros de este año, donde se han visto toros toreando al torero. Todas las corridas parecían goyescas y se diría que San Isidro es un Medinaceli. Se ve que a la política le sienta bien el luto y que a los madrileños no se les pasa San Isidro, hasta que se van a otro barrio a bailar eso del chotis y el ladrillo. Tenemos ya más Metros que ferrocarriles y más Esperanzas que desesperanzadas. Madrid quiere ser Madrid sin dejar de parecerse a Chicago. Madrid es un Chicago que cabe en un cuplé y le van creciendo los rascacielos como Metros verticales. Madrid es que es demasié. Gallardón es un castizo triste y con mucha mano para el personal, algo así como un alcalde de luto que hace pareja melancólica con Esperanza cuando Esperanza parece que se va en el último tren. Pero se queda.

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