Artículos Francisco Umbral

Europa, esa aventura


Primero las elecciones y después el cine de Cannes. Francia está de actualidad por su cine y su política. La esposa del presidente ya no le vota, quizá para que todo sea muy francés. Los propósitos de este 60º aniversario de Cannes son dictatoriales y hay quien dice que astronómicos, son negocios que van modelando un público nuevo. Los ideólogos del cine quieren hacer «un festival de tamaño humano» aunque en la realidad lo que se impone es el «tamaño humano», como en los nuevos coches y en los nuevos sujetadores. España acaba de tener otro encuentro europeísimo, el festival de Eurovisión en Serbia. Se trata de dos aventuras hacia Europa del Este, en las que fracasamos tradicionalmente y con mucho señorío. España, en Cannes, empezó vendiendo españolismo y así no se va a ninguna parte. España, impulsora y divulgadora de culturas, no ha llegado todavía a entender lo que es un cine francés, o inglés, nórdico o mediterráneo. En contraste con esta falta de entendimiento, surge a veces un Woody Allen que encuentra encantador al público español y tiene mucha taquilla. A los franceses les gusta una actriz como Victoria Abril, que no ha perdido el desgarro y la comunicación que la acercan a algunas actrices francesas que se mueven también en el clima de la calle. Pero estas excepciones son victorias personales y a veces anecdóticas. La verdad es que los europeos no se han preocupado mucho por entender el cine madrileño o la Santa Inquisición, fenómenos superlativamente ibéricos. Nuestros directores han procurado siempre servir las esencias hispánicas a nuestro público, pero esas esencias suelen quedarse en costumbrismo y localismo. Una consigna de toda la cultura francesa consiste en ignorar al vecino cultural o geográfico de más abajo o más arriba. Para completar este esquema problemático digamos que en España ha tirado mucho el cine americano, Hollywood concretamente, con sus premios y su «tío Oscar», un modelo siempre más comprensible para nosotros, empezando por lo narrativo y argumental, que tiene una secreta aceptación con sus familias pequeñoburguesas, su democratización de la sopa y su moralismo parroquial o su fascinante y relampagueador divorcio. A pesar de los modernismos americanos, aquel país nos gusta y su cine lo frecuentamos mucho. Ese otro Hollywood, el de Orson Welles, las vanguardias, la intriga y las estrellas, nos fascina directamente y le rendimos pleitesía. Llevamos 60 años viendo El tercer hombre, Encadenados y Casablanca. Hay una jalea real que tonifica mucho a nuestros directores, tomada directamente en botellines de Hollywood, siempre con su Instinto básico, su Sharon Stone y sus privilegiados españoles, que han merecido una estatuilla precisamente por su fidelidad a los monstruos americanos, Hitchcock, etcétera. Y dejamos ahí un esbozo del problema hispanoamericano respecto del cine. No nos es dado dejar claro ese problema. Sólo podemos decir que cada director español se afilia sistemáticamente a las escuelas europeas, que se identifican con la derecha cultural de Europa. Con el mismo sistematismo los numerosos yanquis a distancia siguen año tras año, hasta 60, copiando las fórmulas de Hollywood. Pero en ambos sectores hay talentos perdidos o recuperados. Ahora están de cóctel.

Comparte este artículo: