Novela histórica
El género literario de la novela histórica parece que se consolida gracias al cine. Esta ayuda de unos géneros a otros se inicia quizá con El nombre de la rosa, que es un buen ejemplo de literatura adulterada, en el sentido de que nos inicia en el trucaje de remendar una escasez historicista con una intriga novelística. Este caso tiene en sí el peligro que tenían las obras de Berruguete, pequeñas maravillas donde la pieza trabajada disimulaba su deficiencia museística, escultórica, con unos brochazos barrocos y, a la inversa, los brochazos reaparecían o se escondían cuando su tarea había terminado. Esta referencia al artista religioso no es gratuita, sino que se consagró como una manera barroca fiel a esa escuela. Del mismo modo, las novelas históricas de hoy toman bulto y actitud gracias a lo que les presta la Historia, con lo que el escritor más o menos barroquizante salva sus peligros de oficio instalándose en un confuso y revuelto lenguaje artesanal e historicista. Esta técnica tiene su nombre y sus recursos. Yo conocí a Orson Welles rodando él unas secuencias apresuradas y elocuentes en el Museo Berruguete. Welles fue un maestro del cine barroco, que tanto tiene y tanto debe a la escultura, al arte de las figuras. Pues bien, en el barroquismo cinematográfico no hemos encontrado nunca ese arte «de bulto» que pudiera darnos el realismo de la prosa de Cervantes, Quevedo y toda la escuela, del mutismo de Buster Keaton al amotinamiento beligerante de John Ford. Se dice que el novelista histórico aporta una especie de realismo galdosiano. Es el caso de Balzac en Francia. Se trata de poderosas corrientes literarias que rejuvenecen la prosa como un energético saludable, pero de su legítimo y valioso origen se pierde mucho por el camino, ya que estamos recurriendo masivamente a ello (por remediar la agonía de las tres muertes clásicas de lo novelesco en la narrativa, en la escena recitativa y en la declamatoria operística). Hablo más de estas corrientes energéticas y confusas que de individualidades ya definidas. La novela histórica no es un género puro, y esto es lo mejor que se puede decir de ella porque nace del más impuro y fértil barroquismo. Pero sólo un clásico fanático exigiría siempre y en todo esa pureza de la música de Bach y la pintura de Velázquez. Pero en las flores de tal impureza se salva, como en Las flores del mal, el poeta maldito con todo su siglo. No podemos condenar pasivamente la novela histórica, género hoy de actualidad en todo el mundo precisamente porque ya hemos visto que en ella se salva la única literatura posible del porvenir. Ni vamos a ocultar la novela actual atribuyéndola a razones meramente comerciales, porque si fuera así tampoco se impondría. Lo comercial no aparece al principio sino al final de este proceso cultural y novísimo, o sea no del todo original. La pureza de Bach y Velázquez que hemos enarbolado más arriba es un ensanchamiento que llega hasta la orilla del hombre, pero digamos que después de la poesía de Rilke y de Eliot el hombre se salva en multitud o no se salva. Una u otra querella se las deberemos a la narrativa historicista que ahora condenamos por anticipado.