El papa interior
El papa Ratzinger ha estado en Brasil como principio de su carrera internacionalista. Está claro que ninguno de los papas modernos ha podido evitar esa condición de gran diplomático, recorriendo el mundo para dejar prendidos una serie de diálogos políticos y sociológicos que tarde o temprano nos darán sus frutos. Ratzinger, ya en sí, resulta ser el más internacional de los últimos papas del siglo XX y primeros del XXI. Éstos son sus poderes. El mundo le lee y le sigue como a un gran hombre de Estado. Parece que le entienden, pero le entenderían más si se situase decididamente en la orilla del hombre, que hoy es lo social y lo actual. No podemos vivir anónimamente como hasta ahora. El hombre del XXI no tiene derecho a ser anónimo, porque ese anonimato mundial es lo que hoy protege a las razas del capitalismo y su dinero. Dentro del sistema cultural que América ha tomado de Europa se viene avanzando, como en la rotación de los astros, hacia una consagración de las grandes figuras que ya han puesto en marcha los héroes de cada lengua y tesoro de expresión. De pronto nos encontramos en el centro o la orilla de estos sistemas y así es como yo he venido a parar en una biblioteca que lleva mi nombre en São Paulo, donde me informan de que puedo asentarme profesionalmente al costado de aquellos lectores fervientes que nos proporciona el sistema. Semejante jardín exótico, que incluye incluso al lector, un lector humilde como es uno, tiene o tengo derecho a tocar con mano ungida las verdades de Ratzinger, que esta vez han sido de carácter social, condenatorias: al otro lado de las playas elocuentes de una raza bambolean palmeras en un cabeceo inteligente que desaprueba muchas cosas, como ahora por boca del Papa, que no podía quedarse tan cerca de la evidencia sin denunciarla directamente. Hay poderes violentos, sistemas empedernidos, América ha vivido hasta el fondo el paraíso negativo de todo el que se consagra a sí mismo. Hoy va democratizándose aquel paisaje gracias al mimetismo de Occidente. La primera victoria que ilumina todo esto con mañanas de sol está aquí, en Brasil y en algunos otros países donde han conocido la justicia humana, perecedera y total gracias a algún papa y a ese hombre que lleva su papa dentro. El papa interior es el único que nos comunica ya. Todas las repúblicas de América han pasado por tal aventura antes o después. Tanto Fidel Castro como Allende, tanto el aburguesado Jorge Luis Borges como el tormentoso Pablo Neruda. Quedan ya pocos pueblos de la aventura americana que no puedan entender las palabras de Ratzinger, un hombre que no ha ido a hacer las Américas, sino a que América, con sus revoluciones y ásperos tesoros, le haga y deshaga a él. No hagamos ninguna hispanidad en este tema. Dejemos que ellos, con su Papa y con el nuestro, nos deshagan a nosotros. Europa está muy vieja para emprender aventuras. Pasó la moda de las aristocracias europeas que iban a Roma para hacerse una foto política y diplomática con los Ratzinger de antaño. Éste de hoy se ha atrevido a señalar a los culpables con el dedo. El Ratzinger americano no ha ido sólo a rezar. Ahí quedan.