Sarkozy
El señor Sarkozy ha prometido en la noche parisina, «re-habilitar la autoridad, el mérito y el honor de la nación». Toda esta leyenda, con sus más y sus menos, suena un poco a los sueños de un normalier. Quiere decirse que en Francia, como en España, la educación siempre tiene un matiz escolástico que parece contrastar con el estrépito de las masas que, queriendo perpetuar los citados valores, retorna a algunos tópicos de la derecha clásica. Pero tendríamos que haber programado esa noche en París para frecuentar a algunos amigos y confesar a otros. Así se descartaría el equívoco España/Francia. Hay que empezar por decir que el mito de la educación, cuyo folclore es la enseñanza, hace mucho tiempo que perdió su carácter reverencial. Hoy, una buena educación supone una vastedad dilatada para todo el país y para los visitantes. Tranquilos, que esto es lo que sigue caracterizando a la población francesa, que en lugar de salir todas las noches a ver lo último que dejara Jean Genet, se sienta en la televisión a consumir satanismo, que es su tradición. Yo asistí al estreno de Genet en Barcelona (que se aproxima bastante a París), y el público sólo se carcajeó con la palabra panadero. Hoy por hoy, lo más parisino que queda en Barcelona es Nuria Espert. Quiero decir que no nos entreguemos demasiado al modelo didáctico de aquel país porque ya está pasado. Y pongo como ejemplo aquellas niñas del Moratalaz madrileño que iban a clase en traje de baño, el verano pasado, porque eso sí que es actualidad y novedad juvenil (claro que esto no obsta para que yo cite a algún escritor francés todos los días). Lo más parisino que queda en Francia es la revista Charlie Hebdo, algún café donde iba Sartre a escribir y las piernas de la ya citada Nuria, que siempre o casi siempre tiene alguna comedia en los Campos Elíseos. El problema de la enseñanza, sí, es un problema que no ha resuelto nunca el socialismo francés, aunque Mitterrand paseó ayer su elegante abrigo marrón por la noche parisina. Sabemos que es un problema de dimensión europea, pero el existencialismo dejó de tener razón el día en que los estudiantes silbaron a Sartre subido en un bidón para hablarles. Francia cree tener un problema económico, pero lo que tiene es un problema griego, ideológico, político y de afluencia. El punto occidental de este problema puede que lo resuelvan España y Francia, bien avenidos bajo la bondad de clase media que esparció Sarkozy por todo el París electoral. Pero en realidad se trata de un problema económico. El nuevo Gobierno no contará con recursos políticos suficientes para atender a este asunto entre otros, pero sólo a la luz de un candil de euro podrá entender lo que le pasa. Nuestro amado mito de París ya no funciona. El problema no es cómo enseñar a los chicos sino qué enseñarle a las chicas del bikini en el Moratalaz madrileño. Tras de eso estamos.