Artículos Francisco Umbral

España en armas


Estamos otra vez con España en armas, viviendo una guerra de guerrillas que va durando demasiado. El actual Gobierno aspira a un electoralismo que le dé siempre todas las ventajas, para lo cual principió por pactar con las ambiciones nacionalistas, la dialéctica violenta de las comunidades y las individualidades brillantes de los pocos hombres públicos que todavía recuerdan lo que es una carrera política en la calle. Otros no la recuerdan, pero la están haciendo. Los media han levantado su literatura informativa hasta niveles comerciales y así es como toda España se va retiñendo de héroes particulares y otros que lo son en su casa a las horas de comer bien, porque, según me cuenta Inés Oriol, aquí ya todo el mundo quiere comer bien y cada vez son más quienes lo consiguen. Estamos, pues, en un momento de subida, en una mejora caótica a la hora de cenar y la gente consume más de todo. Ya todos lo han conseguido. Los economistas y algunos gangsters de la Bolsa están en posesión de ese milagro contemporáneo que supone, no ya tener cosas sino tener las cosas por duplicado. Un coche para correr y otro, metafísicamente, para tenerlo. Porque lo que se tiene para su uso y consumo en realidad no se tiene sino que se consume y poco más. Son los bienes que dan el espectáculo de un gran país como pretende ser España. La otra lista de posesiones es la lista de lo que se tiene metafísicamente, de lo que cumple con la «calidad de vida» y se enumera con cierta pedantería para enseñarlo, para disfrutarlo en familia y tomar conciencia callada y satisfactoria de que somos ricos aunque nunca, anteriormente, habíamos sido pobres. La riqueza no es nada si no funciona como tal riqueza. El poeta Antonio Gamoneda ha dado una conferencia sobre esto: el Quijote es un libro que podemos y debemos dar concienzudamente como tratado de esa metafísica tan española que es la pobreza. El español es un místico de lo que no tiene y ahora está dejando de serlo porque los ministros y otros zapateros le anuncian el cumplimiento de todas las promesas, pero no dicen que esos cumplimientos y esas promesas nos hacen felices en el reino de la utopía y en los juicios libérrimos de la Casa de Campo. Esta realidad de un juicio sumarísimo a la sombra musculada del bosque madrileño llena nuestra realidad de amores y de pinos, de muertos y condenados. Escribo para el Dos de Mayo y caigo en la cuenta de que todo en España es Dos de Mayo. Siempre estamos fusilando a los franceses o esperando que nos fusilen ellos, para que luego venga Goya o el Boletín Oficial del Estado con la cuenta de la vieja. Las señoritas que alternan desnudas en su piedra, bajo el Palacio de Justicia, saben bien que allí todos son culpables o lo parecen. No se puede cruzar esa plaza de París sin cruzarse con unos cuantos jurisperitos que vienen de las Salesas y van directamente a la cárcel. Porque la ola de beneficios y fortunas queda ratificada por la ley correspondiente. Los leguleyos, algunos, son ahora famosos como los jugadores del Real Madrid. Los valientes dicen que se roba mucho, pero lo que pasa es que se compra todo a buen precio y los niños que jugábamos con dos reales, hoy a la propina la llamamos «paga», que es la primera condición para que abulte más.

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