Corín Tellado
Parece ser que en uno de estos días cumple años Corín Tellado. Ochenta. No sabría uno decir si la divulgada novelista asturiana escribe ahora menos porque publica más. En todo caso no podemos decir que Corín o su seudónimo se hayan venido abajo. Nuestra autora tuvo su último tornado de gloria allá por los 60, cuando los escritores americanos, o más bien hispanos, decidieron entronizar a nuestra novelista. Esta maniobra cultural ejercida con una señora que no era de primera ni de ninguna fila, venía con la intención de adaptarse comercialmente a los novelones televisivos de Buenos Aires, y con la segunda intención de humillar a los españoles presentándolos como un hospicio de analfabetos que tenían por jefa de fila a una mediocre dama de kiosco. La historia de mi admirada Corín Tellado tendría que principiar en los años 20, con Sara Insúa o una de aquellas señoritas de pluma que consagró Penagos, mejorando siempre al modelo. La abundante y mediocre literatura de aquellos años se prolonga después de la guerra en la Colección Pueyo, Novelas selectas, de público no solamente femenino sino también mezclado en todos los sentidos. Por ejemplo, La juventud de Aurelio Zaldívar y otros títulos más desmemoriados que memorables. De ellos brotó la flor mediocre de una cultura popular que se cruzaba con todas las inculturas ilustradas. Y estamos en la adolescencia de Corín Tellado, secundada por la ambigüedad sáfica y María Zambrano. Los niños de posguerra florecíamos a la sombra de El otro árbol de Guernica y el patronazgo de Luis de Castresana, que como autor no se definía más abajo de Dostoievski, pero luego era otra cosa y, sobre todo, una bellísima persona, que te decían antes de fusilarte. Corín Tellado alterna en los kioscos de portal con El Coyote, mediante entregas quincenales que aquel público caudillísimo espera puntualmente. Corín llega a la primacía literaria mediante una literatura de mensaje fácil y escritura urgente. Pero nunca se la puede hacer reina literaria del país que llevó a América a Sor Juana Inés de la Cruz. No sabemos lo que esto ha perjudicado a nuestras letras y ha confundido a todo el mundo, pues ya nadie sabe si la literatura de Borges, un suponer, es el punto genial de la prosa y el verso bonaerense. Corín Tellado se lo debe todo a sí misma, pero también le debe mucho a una cultura subdesarrollada que en el kiosco del barrio alternó con José Mallorquí, Estefanía, el lechero de Churchill, el TBO que nos explicaban hasta en la escuela, el suceso de la semana, las medias de los puntos a coger y el crimen de El Caso. Cuando a un país se le chapoda su alta cultura, florece inevitablemente el pantano del orfanato de la más baja subcultura. En ese pantano florecía a veces España, a merced de una censura mendicante que ahora está volviendo y quizá eso es lo que cumple Corín Tellado: la fetidez caudillísima del folletón por entregas. A esa literatura resignada a la pornografía de la ignorancia es adonde llevan para cumplir años a Corín Tellado, una mujer manipulada por unos o por otros, porque el recurso de lo mediocre es otra mediocridad. Va a resultar que los del «boom» tenían razón.