Artículos Francisco Umbral

Y Tierno ascendió a los cielos


Hubo una vez una movida madrileña como hay un otoño en Madrid, un entierro en París, unas vacaciones en Roma y todo eso. Ahora, la muerte de unos cuantos nos ha vuelto nostálgicos a todos y melancólicos de alma, que hasta se proyecta un homenaje a Coll, aquel hombrecito que era y es de trasdeantesdeayer, como si le hubiese atropellado un tranvía, que fue la cosa que hacía más juego con su bombín y su vaso de agua. Y así, media docena de intelectuales callejeros corren hoy a llenar los huecos de tanto consagrado o lo que fuere. Aquella movida equivale, como digo, al mayo de París y a la llegada a la Luna, que no vamos a ser menos. Los Pegamoides, Alaska, la calle Jardines y Tierno Galván escribiendo uno de sus bandos, son el esquema de una movida que llegó hasta Barcelona cuando no sospechábamos que Barcelona iba a ser otra cosa muy pronto. Efectivamente, Manuel Vázquez Montalbán me contó que algunos progres catalanes le pedían en Bocaccio el teléfono madrileño de la movida. No deja de ser un detalle muy catalán eso de imaginarse todo el anarquismo esquinero de la movida como unas oficinas con teléfono y muchos despachos. La siguiente movida catalana ya la despachó Zapatero y a Gimferrer se le iba desinflando el globo del Nobel catalán que había soplado Pujol. En Madrid gestábamos un Nobel capitalino para el ya nombrado alcalde. Esto y poco más fue lo que vistió de cocinera a Gloria Fuertes, vistió de Marat y de Sade a Adolfo Marsillach, cuando se aplaudía a Brecht en las corralas como si fuera un autor local, un alcalde soviético que se levantaba contra el socialismo otánico de González. La movida madrileña iba a parar en el socialismo ilustrado del terno anticuado del alcalde. Íbamos al futuro dando un rodeo por el pasado y eso hay que agradecérselo a Glez., mientras Guerra preparaba un sindicalismo absoluto que hubiera dado muchas bicicletas a los productores, como Franco. Recuerdo que presentamos una novela de la guerra en la disco de Jardines y yo quemé un ejemplar y lo tiré a arder en el regazo de María Liébana. Había café teatro en todas las discotecas de la ciudad y ahora, con la nostalgia de aquella movida, vuelve el pinchadiscos, que es algo así como el moscardón revolucionario de todos los veranos. Barcelona, ya digo, iniciaba su movidón ramblario, que ahora inaugura museos deslumbrantes de desnudos, y la Caballé volvía al Liceo como la diosa gorda entre todas las musas, mientras Tierno recibía a Sisita en el despacho y empezaba la mañana con un bailete de las proletarias de Ventas. Cada gran ciudad tenía su movida localista como ahora tiene su movida nacionalista. Pareció por un tiempo que nos íbamos a desenganchar de la OTAN cuando yo trabajaba en una cuadrilla de arrancar carteles, y en la cuadrilla estaban famosos cómicos y famosas de irónica sonrisa y boca intacta. Todo después ha degenerado, cuando otros quemaron mi libro por segunda vez y en Jardines, 3 empezaron a dar música de Bach todos los domingos a la hora de la misa. La movida, en fin, navegaba y se hundía en la bebida sacra y matinal. Mi libro sobre Tierno Galván lo utilizaron algunos para presentar a Tierno como un cadáver exquisito. Pero yo sé bien que Tierno, mi amigo, ascendió a los cielos.

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