Artículos Francisco Umbral

Ratzinger


Hubo unos años, los de los papas viajeros, en que el Vaticano era algo así como un cruce entre la Guardia Suiza y Vacaciones en Roma. Los papas, por su parte, equivalían a una santa beata del Tercer Mundo, resumida en la Madre Teresa de Calcuta. El Vaticano, que sabe corregir a tiempo, decidió un día buscar un Papa intelectual con tantas palomas como la plaza de Santa Ana en Madrid. Y así es como entra en escena el señor Ratzinger, pegando un salto de los Cristos rezadores a los intelectuales y filósofos de media tarde, como dice un vaticanista amigo mío. Pero con estas cosas la cristiandad anda un poco desorientada y no sabe si el nuevo hombre de Cristo es un poco rojo, un gran sabio o un profeta de los tiempos nuevos, porque los turistas que van a rezar a San Pedro han pasado antes por la plaza de España para lavarse los pies en la Fontana, poniendo contrapunto al buen Papa que ha lavado los pies a 12 apóstoles que son 12 mendigos y mimetizan las costumbres vaticanas en las costumbres laicas del nuevo ateísmo. Quiere uno decir con esto que Ratzinger está siendo algo así como un Papa de paisano que bendice mucho todo lo que pilla, pero no se le cae del rostro una sonrisa irónica y bondadosa ni se le cae de los ojos una mirada sabia de hombre que ha visto pasar por delante de su convento todo el Evangelio en vivo, de vuelta del Sábado de Gloria y de enterrar a Jesucristo. Queremos decir, en una palabra, que la Santa Iglesia está en crisis de renovación o de subsistencia. Las actuales guerras del Oriente y la vuelta del judaísmo como una cultura exquisita equivalen a un nuevo siglo que todos hemos estrenado y que viene a sustituir al amado siglo XX. Ahora, los valores cristianos los defiende el señor Bush en los Estados Unidos para ennoblecer la Guerra de Irak y aquí en Europa el dinámico Tony Blair fascina al mundo con sus juegos de manos y sus soldados. Pero los valores de nuestra cristiandad hacen agua por todas partes, mayormente por la España independentista, que asoma la tradición en mi amigo el cardenal Cañizares, lo cual que íbamos a hacer un libro juntos aportando cada uno lo suyo y yo, por mi parte, una visión lírica del Evangelio. No temas, María, que no me estoy volviendo beato a la velocidad de un Papa. Se trata, ya digo, de una vuelta al lirismo que yo creía haber abandonado, pero no. Ahora se comprenden mejor, supongo, las razones de Ratzinger para llevar dos papados al mismo tiempo: el tradicional, viajero y beato y, por otra parte, el intelectual, filósofo y mundano en el sentido cultural de la palabra. Este hombre acabará mandando al toledano Cañizares a lavar los pies con detergente a 12 españoles ejemplares y yo me pido turno en la fontana de Plaza España. Estas cosas se salvan por la espectacularidad cuando ya es demasiado tarde. Desde los balcones de dicha plaza veíamos, con el perdido Rafael Alberti, la ceremonia religiosa, convencidos y entristecidos porque la Europa vaticana emigra hacia la China vicepresidenta y la Europa posfranquista de Javier Solana y Felipe González, que van a darle un repaso a ZP, que parecía malvado y sólo era miope.

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