La magia de escribir
José Antonio Marina es nuestro filósofo local, madrileño, como antes lo fueran Ortega, Eugenio d¿Ors, Zubiri, Julián Marías, etcétera. Este personaje no equivale al provinciano memorión del pueblo sino a ese escritor que se incardina en la totalidad simbólica de España para ajustarnos las cuentas a todos. Últimamente Marina viene dando claridad y esmero a todo lo que piensa Madrid, no como un acontecimiento social y personal sino como el pensador que pone al día lo que piensan los demás, y lo transparenta. Marina escribe mucho, produce mucho y tiene manías. Ahora ha dado un libro que titula La magia de escribir, libro que se sustenta en otro no escrito, la manía de pensar, porque esta manía le lleva a pensar en mí, por ejemplo, lo cual que me cita mucho y con fundamento. El fundamento consiste sencillamente en habla. Con esta pregunta nos adentramos ya en la tiniebla de luz de haberme leído, que otros no. Aclararé esto. Marina distingue la manía de pensar como magia de la expresión y la magia de crear como don superior y supervalorado ya que sobreviene como inspiración religiosa y los filósofos suelen ser unos laicos de aúpa. En el principio fue la expresión. Luego, el preguntarnos qué es el pensamiento espiritual o espiritista. Según nuestro filósofo hay que aprender a inventar, y toma como modelo a García Márquez muy oportunamente ya que el americano vuelve a estar de actualidad. García Márquez es un alto ejemplo de fusión entre inventar y escribir. Marina abarca toda la creación literaria en el tiempo y el espacio. Quizá la mayor creación literaria del universo sea Sócrates, que no escribió nada. Sócrates insistía en el aprendizaje de la flauta, pero su pianista es Platón, o sea la cuerda de la lírica cuya música es ya la modernidad que se impone al mundo. Nuestro pensador distingue entre el gesto y la palabra. La palabra es la idea y el gesto una expresión de locos. Todos los que nos encerramos en nuestros gestos somos unos locos gestuales que cuando traducimos eso a palabras estamos disimulando una droga interior que es ya el poema, concretamente las anfetaminas. Cuando Marina nos califica como anfetamínicos a escritores tan dispares como Ortega y servidor está yendo mucho más lejos de lo que él mismo sabe o intenta. Desde Góngora a Baudelaire pasa la procesión de los grandes escritores gestuales y esto lo maneja muy bien Marina reduciendo la dialéctica de los animales a una fábula de la antigüedad, o a todas. La animalidad es la manera más elemental o más rauda de hacer poesía. Marina comprende y la inteligencia inventa. El propio Marina suscribe aquello de Sartre que, como Heidegger, es un pensador lírico: «Vivir es producir significaciones». De Sartre, Marina salta a Umbral con un salto vertiginoso y retroactivo. No trata de probar que Umbral sea un gran escritor, sino, lo que es más importante, un administrador absoluto de sus inspiraciones y sus expresiones, incluso las adquiridas por robo o asesinato.