La tercera fuerza
Después del socialismo y el liberalismo nos llega la tercera fuerza de Occidente, que no es una fuerza política ni económica, sino la consecuencia de la aparición de las dos anteriores y la gestación de un mundo masculino, que también se debe al impulso novedoso de la mujer y que hoy, entre movida y movida femenina, entre desfile erótico y desfile erótico, se perfila, paradójicamente, como imagen masculina. Estamos de acuerdo en que Dios creó a la mujer, pero la mujer creó al hombre justamente con armas macho, que son las favoritas de la mitad hembra de ellas. Porque el ejecutivo de hoy ejecuta mucho menos por sí mismo. Los señores actuales somos una banda terrorista que ha invadido las alcobas de ellas que, a través del desnudo, el cine, las revistas de un feminismo arriesgado, hemos persuadido a las damas de nuestra convivencia de que valen sólo por lo que cuestan y cuestan más que valen. La española, por ejemplo, ya no pierde el tiempo cursando una carrera de provecho. La española deja que la carrera la curse él mientras su dama se queda en casa montando la operación invasiva contra los bolsillos minuciosos del marido, el hombre, el banquero, el aristócrata de revista, de televisión o lo que fuere. Nuestros líderes sociales, que no socialistas, aunque vayan de tales, han entendido, por fin, que el precio de una mujer inapreciable es el total de la bolsa y banca, la Bolsa de Bilbao, si así fuere, que en Bilbao todavía queda amor capitalista, o sea aquel que va trampeando hasta la extorsión a Madrid. Ellas arrojan lejos el cinturón de castidad, que volvía a ser de hierro gracias a la intervención de los Papas, mayormente el escritor Ratzinger. El cinturón de castidad ya no se usa porque la chica no tiene cinturón ni cintura, a lo que se ve en los desfiles de moda. La mujer futura, la mujer de recambio que se recambia a sí misma sólo pasea un corazón de hierro forjado, un tanga de hierro colado y un boletín de bolsa, que la bolsa está frente al Ritz y eso facilita mucho la prosperidad de las finanzas, y hoy todos somos financieros, como todos somos roncadores, como informa el Magazine. La realidad de esta vida irreal que todos llevamos es meramente una realidad económica que genera mucha literatura, como los personajes de Balzac. Trasantaño nuestras mujeres manejaban el mundo desde la cocina. Ahora han relegado la cocina y están llegando a una irrealidad exquisita: ya sólo se las localiza por el móvil, donde nunca se las ve, pues el móvil las sitúa en una irrealidad sublime. O sea un paso más para huir del hombre a bordo de otro hombre, que es el presidente de alguna telefónica. Pero a todo esto se anticipó Gerardo Diego diciéndonos que el dato de que la mujer amada no exista poco importa en el poema. Era la despersonalización del amor, algo así como la deshuma- nización del arte que por las mismas fechas denunciaba Ortega. Todo esto son justificaciones líricas que el escritor, el poeta brinda a las bellas de su generación para que huyan a tiempo de la amada mal vestida de Carrère. Pero ahora ya no vale invocar a Carrère, que se ha quedado sin capa y sin café.