Artículos Francisco Umbral

Era la guerra


Era la guerra con sus limpios dientes, era la guerra con su papel firme, era la guerra de todas las guerras, que se repite siempre como una bestia negra, sin imaginación. Vino tal que el domingo con su fiesta de pueblo y colgó tanques y hombres debajo de los árboles. Nos asusta la insistencia de la guerra, su parecido con guerras anteriores. Todos los guerreros tienen la misma guerra y todos los tiranos tienen la misma cara. Era ayer y domingo y empezaba otra guerra. Lo que asusta en la guerra es su cara de fósil, que nace ya dejando parecido. El domingo los tristes hablaban de la guerra, tenían el perro suelto o comiendo otros perros y hasta sus enemigos ya se dejaban ver porque sus enemigos eran hoy sus amigos y aquello iba a ser fácil como dicen los hombres de la guerra. Qué tienen los domingos en su estructura frágil, qué traen en sus colores de muñeca violada, pero sea lo que fuere aciertan con la guerra y saben el camino, que es el de sus abuelos. No es hermosa la guerra, sino más bien enferma y llena los domingos de pleuresía y tristeza. Vayamos a la guerra como si la creyéramos, pongamos una bomba en cada corralera y así demostraremos cuántas guerras sabemos, cuántos hombres matamos, cómo acertamos siempre con el dios de la guerra, que es el campeón de bolos y suena muy despacio. La guerra ha terminado o habría terminado si la guerra empezase de verdad un domingo, pero no empieza nunca porque ahora es guerra total y los hombres no saben dónde empieza esta historia, cómo empieza esta gente. Ahora ya son más libres porque tienen más guerra y van coleccionando huesos de antepasados que hicieron otras guerras y por otros caminos. Esto se llama guerra y un día vendrá su gobierno, el campeón de la guerra desgritando mujeres. Se sentirá muy fuerte porque mata sin ruido. Nos iremos al cine donde empieza una guerra. Era la guerra. La guerra llena de conventos que matan al infiel cuando ve a Dios. Porque toda guerra se hace por esto, por haberle visto o no haberle. Era la guerra con sus claros dientes asesinos que va dejando pulcros limpiabotas por donde pasa con su surco de dientes como por un surco de pena. Era la guerra de todas las guerras, que se repite siempre como una bestia cansada, como una fiesta de pueblo, como un colgajo de tanques y de árboles. Era, sí la guerra, que ahora ha vuelto a matar descamisados y negros con un precioso camisón de rosa. Estamos en la guerra porque el yanqui tiene fuentes de petróleo en su precioso parque de muchachas. Estamos en la guerra, en puertas de la guerra, lavándonos los dientes con su papel de estraza pues a los yanquis Bush hoy los quiere negros y nos cuenta la guerra en un papel muy duro que sirve al jefe para contar su guerra, para contar sus cuentos, para un colgajo alegre de tristísima lluvia de colores donde recordará, viejo asesino, el rosario que reza con los panificadores y sus otros obreros de la Casa Blanca, lo limpios que están todos, lo guapos que han crecido, lo nobles que son todos, aunque violen a una chica, dulcemente contra la losa fría de su espalda de Virgen.

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