Artículos Francisco Umbral

Democracia digital


Dejamos el ribazo de la actualidad con la calle llameante de cuerpos, por el crimen contra Miguel Angel Blanco, y volvemos donde solíamos con la calle desbordada por la Liga de las Estrellas. La rebelión de las masas, de la que tanto recelaba Ortega, la ha reconducido muy bien la ingeniería de masas. Con el fútbol exótico y la televisión rampante hemos culminado la democracia digital. Entre partido y partido, se habla algo de Filesa. Según mi memoria involuntaria, el fútbol romántico llega en España hasta Mendoza. Luego viene el fútbol político para recebar la televisión y que el gentío se envicie y vea mucho a los políticos. La televisión era ideología y goles. Con Felipe González llegamos a un delicado equilibrio entre el pan, el circo, los toros y Butragueño. Pero la cosa ya no para y ahora estamos en la televisión digital, que es una especie de fantaciencia para futbolizar absolutamente la vida nacional y cobrar el impuesto voluntario del fútbol, el Gobierno (dinero para envenenar la sopa del Inserso, como el otro día en mi pueblo) o el desparrame total de las privadas, que tampoco hablan ya de ideologías ni siquiera de poder, sino -fuera máscaras- abiertamente de dinero, de billones con be, que unos van para el Estado de la nación y otros para el estado de la cuestión. Incluso a Ray Bradbury, viejo maestro de la fantaciencia crítica, le hubiera perplejizado este corrimiento de tierras en que los farallones humanos de los estadios se enfrentan a los farallones en sombra de los televidentes, y entre medias, entre ambas ingencias, corre un brasileiro calvo hacia la desintegración del átomo. Gol. La cosa, en fin, sólo tiene un nombre: fascismo. Todas las democracias occidentales están haciendo fascismo blanco, por un camino o por otro, y en España hemos elegido el fútbol, para asombro de Europa. Llamo fascismo blanco o prefascismo a aquel estado de cosas en que los poderes políticos y financieros disponen ya absolutamente de las masas en cualquier dirección, de modo que cada millón de hombres ha perdido su carnet de identidad y todos los millones juntos, inidentificados, irán un día a la guerra -OTAN, Solana, el espacio, la virgen-, porque la lámina televisiva no es sino lección continua de unanimidad, y el demonio de la unanimidad es militar, guerrero, arrasador. Decía Baudelaire que «en un espectáculo público cada uno disfruta de los demás». En el espectáculo futbolístico cada uno disfruta de la rabia, la furia y la peligrosa euforia de los demás. De ahí a los movimientos fascistas de masas no hay más que un paso o un pase de balón. Y pensar que para esto hicimos una Santa Transición y matamos a la dictadura de muerte natural. Son los mismos de entonces, los protagonistas de la calle y la política, quienes han hecho con la democracia, la libertad, la cultura, y toda la ferralla que traían, una infinita extensión humana de niñoides inscritos en el fascismo blanco del fútbol politizado (Real Madrid españolista, Barça nacionalista), mientras unos millonarios/mercenarios le dan a la pelota en la tarde recalentada de odios y fanatizada de pasiones inútiles, como la Liga de las Estrellas. Que venga Franco y lo vea.

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