La paz de Fraga
Poco a poco, paso torcido a paso torcido, don Manuel Fraga Iribarne, el más terrestre de los héroes del medio siglo franquista, se va retirando de la política como un volcán que se apaga, como una manigua que se tiende a descansar, allá entre el barroco de las iglesias y el barroco salvaje de la jungla galaica. Es la paz de Fraga. Cada día que pasa suena un paso menos en los pasos de Fraga. Vive en un piso pequeño y aislado de la parte vieja del viejo Santiago y suponemos que habla mucho consigo mismo, pues siempre tiene muchas cosas que decir sin necesidad de interlocutor. Fraga es el hombre solo «que espera hablar a Dios un día». Apenas recibe visitas en su piso de solterón inverso, de viudo melancólico que ha sobrevivido a sus tres amores, a sus tres familias, la suya y la de sus hijos, y a sus tres caudillos, Franco, Carrero y él mismo, el caudillo del fraguismo que hubiera estado todavía ahí, por encima de sí mismo, si la Historia no le hubiera puesto al servicio de otro gallego, de otro caudillo, de otro español inexplicable. Dicen quienes le visitan que no hace ruido en casa, él, que tanto ruido hizo en la vida española, y ahora se queja del ruido que hacen los vecinos. Y es que los vecinos ya no son conscientes de que tienen al lado, al otro lado de la pared de panderete, al último Apóstol Santiago, venido también, hace siglos del siglo XX, en barca de piedra para no hundirse, que estas paradojas siempre se le han hecho realidad al viejo Fraga y no le iba a fallar la última. Valle, Franco, Fraga. Estos hombres solitarios, misteriosos y sempiternos que da Galicia están muy por encima de la política que hacen, de la literatura, de la Historia, de todo lo que hacen.Esta era la gloria de Fraga, una gloria que se va silenciando en paz, pues la paz, tan añorada por el hombre de acción, no es sino las cenizas de esa acción, las cenizas de la gloria que tanto buscó por el camino de Santiago. Don Manuel Fraga, ministro y padre de la Patria, empezó realmente su carrera echando de la Gran Vía a Rita Hayworth, pues sus mujeres las elegía él. Hoy le atiende una hija que le quiere como la viuda joven y cariñosa que nos gustaría tener a todos los hombres que hemos presumido de viudas y de viejas en esta vida. El Dictador no es nunca el que vemos con plumas de dictador.No es Antonio Oscar Fragoso de Carmona. El dictador es un señor de gris que apenas sale en las fotos y parece que no dicta nada a nadie. Los periodistas nos hemos pasado la vida denunciando dictadores, denunciando a Fraga, porque era más fácil que denunciar a Franco. Ahora que Fraga está ahí, solitario en su barrio viejo, esperando siempre que vuelva su hija, resulta que no sentimos ningún odio por él, que fue un caudillista con mucho Derecho en la cabeza y muchos inventos que tendían todos a la libertad del pueblo español. Morirá en su pueblo frío y doméstico diciendo que España no es esto, pero él ha sido fiel a España. Ni siquiera fue un fascista. Fue un campeón de la derecha española con violentos tirones hacia la izquierda. Eso quedará de él. El braguetazo violento y contradictorio de todos los españoles. Y el ruido que hacen estos jodíos vecinos.