Artículos Francisco Umbral

El funcionario


Las elecciones las gana el funcionario, eso de todas/todas. A la gente le gustan los funcionarios porque son limpitos y llevan las cosas por su orden. El presidente Aznar, después de Huracán González, tuvo el acierto de adoptar el estilo funcionario. Lo había leído en el castellanizado don Antonio: «Despacito y buena letra. El hacer bien las cosas importa más que hacerlas». Y Aznar ha puesto un orden en España que es semejante al que puso Cánovas. El orden saludable y silencioso de los cementerios. Ha arreglado algunos asuntos de la intendencia, pero su imaginario es el capitalismo. En tiempos de perturbación, como fueron los transicionales, hacían falta hombres audaces y aureolados, como lo fueron Suárez y González. España se la iba a llevar el más puesto, salvo opinión de los almirantes, que también metieron cuchara, que se lo pregunten al Duque. Aznar no hubiera tenido nada que hacer por entonces, aparte de que era pequeño, o sea un flecha. Pero catorce años después, los socialistas le dejaron un país crecedero en el que sólo faltaba poner un poco de orden y pasar el polvo a los convolutos. El funcionario ha dejado la oficina primorosa y ha jugado a republicano yanqui, quiero decir que, con muy buen sentido, no ha ocultado que sus intereses y los de sus amigos estaban en la pastizara. No es que no haya habido pelotazos, convolutos y Villalonga/options en la primera legislatura del funcionario, pero, como el sistema va de capitalismo simpático, no han tenido que hacer trampas ni preparar una sopa con los huesos de sus lasas y zabalas monetarios. Sólo se han hecho ricos en general y nos han prometido que nosotros también podremos ser ricos si nos comportamos. Frente a la confusión tramposa de aquel PSOE, el cinismo aseado de los ricos de toda la vida. Aquí sólo se trata de ganar más y maricón el último. El PSOE arrastra lo que le queda de socialismo, pero no tiene un líder claramente reconocible, que todos andan con la barbita de tres días, tipo Almunia, esa barbita que les queda bien a los guapos de Hollywood y a mi querido Garci, porque tiene un Oscar, pero que a nuestros rojos les hace sucios, nieblas y camastrones. En cuanto salió uno de cabezas flotantes, o sea bien afeitado, o sea Borrell, ya ven cómo barría. Maragall también anda de pelambre, pero una pelambre contractual que no es ya la barba romántica de su abuelo, aquel gran poeta que le flipaba a Unamuno. Así, quedamos en que en la izquierda hay una confusión inocente y flojona, un exceso de pactos, prepactos y postpactos, que hay que pasarse el día abanicando en cuanto se van los camellos ideológicos. Y en la derecha hay una moqueta azul Falange y unos metales y mobiliario como los chorros del oro. Esto es la guerra de la derecha aseada y bursátil contra la izquierda pactista, confusionaria, federalista por las tardes y nacionalista a la mañana siguiente. En un país de marujas, como éste, el funcionario aseado suma puntos como el novio de la niña. Claro que a la niña la pone más el rojo separata de la barba de tres días, pero son todas unas enganchadas y no votan. El funcionario lo tiene claro, okey tío triste.

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