Los huevos
Lo de tirarle huevos a Matilde Fernández a mí es que me parece fatal. La democracia se hace por votos y no por huevos.
Parece que, agotadas las ideas y las ideologías, hemos entrado en el período fáctico de una política (que siempre es el último): a doña Matilde le tiran huevos, Cristina Almeida pide castración para los violadores, TVE compra heroína a un yonqui para que se pique ante la cámara, Alfonso Guerra dice que en el PP está el franquismo, y en este plan. Hemos llegado, señores, al reino de los hechos. Esta democracia ya no se hace con palabras, ideas, conceptos, silogismos o paradojas, que es lo civilizado, sino con hechos, con cosas, con agresiones concretas (huevadas, castración), lo que quiere decir que estamos ya más cerca de la guerra que de la política. El paso de la política a la guerra es el paso del reino de las ideas al reino de las ostias. No sé si será cosa del año electoral, que nos tiene menopáusicos a todos y a todas, pero la vida nacional se está recrudeciendo de violencia y acción directa. A los trabajadores de Sniace les sobran razones y razón, pero prefieren recurrir a los huevos. Lo dijo Agustín de Foxá en un recital hispanoamericano, tras oler el huevo que le habían arrojado:
- En Cuba, por lo menos, los tiraban frescos.
Cristina Almeida es una bizarra defensora de los Derechos Humanos, pero he aquí que se torna inquisitorial y pide castración. Todo castigo físico al culpable es fascismo o Inquisición.
Las palabras de la Almeida, llevadas a sus últimas consecuencias, justifican nada menos que el GAL: violencia contra los violentos. TVE, para denunciar el tráfico de droga, compra droga. Estamos, ya digo, en el reino atroz y terminal de lo fáctico, en el intercambio cruento de cosas, muy lejos ya de las ideas. Los huevos nunca pueden ser un argumento democrático. Cuando se recurre a tirar huevos a una mujer, ministra o no, es que se ha perdido la razón o que nunca se tuvo. Con peleas de huevos o de tartas haremos cine mudo, pero no democracia. Cuando un país llega a la guerra de los huevos, las tartas o los tomates es que se ha asilvestrado, ha vuelto al estado salvaje, al estado de naturaleza, que es el menos natural de los estados. Matanzo cerró un teatro por cojones y luego lloró en el cese. Hechos, todo hechos y sólo hechos. Las lágrimas tampoco son un argumento democrático, sino dudosamente sentimental. Quizá estamos cayendo en una democracia sentimental, que es lo único que no puede permitirse la democracia. A Matanzo le faltan palabras, carece de la dialéctica y la paradoja, que son las dos claves del discurso democrático, y entonces llora. El guardaespaldas de Matilde Fernández saca una pistola reglamentaria (otro hecho concreto) contra un personal que sólo dispara huevos. Esa pistola se inscribe en el reino de las cosas, como una estrella negra. Pero la democracia se inventó precisamente para prescindir de las pistolas. La democracia, desgraciadamente, aún necesita pistoleros, pero los pistoleros no son la democracia.
Más o menos avizor, como vive uno, al paisaje nacional, cuánto tiempo que no oímos una idea, una palabra sensata o brillante, una frase construída y responsable. Todo lo más, los políticos se intercambian insultos, pero nunca ya definiciones o conceptos. Corcuera mantuvo un debate en el Congreso lleno de términos taurinos, que siempre son cosas, y un locutor irónico resumía: «Cuánto saben de toros estos señores». Se nos ha olvidado pensar en abstracto, si es que alguna vez supimos. «Las palabras de la tribu», de Mallarmé, las ha sustituído la tribu ibérica, el triste trópico, por los huevos de la tribu. Lo que degenera aquí, más que Felipe o Aznar, es nuestra pobre democracia. ¿Para cuándo la próxima huevada? Que, ya puestos, no quiero perdérmela.
