Artículos Francisco Umbral

La guerra


Ya ha muerto un soldado en la guerra. González nos iba a sacar de la OTAN, pero a cada nueva quinta, ahora, le toca una guerra. Primero fue el Golfo Pérsico y ahora eso de Bosnia. Improvisado patriotismo internacional que lleva a nuestros soldados a luchar por una patria confusa, distante, aleatoria, confraternizando con muertos que no se entienden entre sí ni siquiera en el idioma común de la muerte.

Es el belicismo convencional, hipócrita e inútil de Occidente, un nacionalismo planetario que en realidad sólo robora la causa y autoridad de los más fuertes, sin ayudar en nada, sin pacificar las guerras tercermundistas del planeta. ¿Y qué hacen nuestras mocedades ahí? Justificar con sangre, si hiciera falta, legitimar con su vida nueva y atónita la conducta y palabras de Felipe González como líder internacional. Este riesgo inútil y suicida de hombres le sirve a él para contarse entre los grandes. España confirma hoy su condición ingenua, esnob y mentida de gran potencia yendo a primera fila con los primeros. Es el aforo de violencia y peligro que se paga por tener un presidente que sale en las fotos con la Thatcher y, a veces, con Mitterrand. La vida de un garzón español, su adolescencia clara y en rústica, vale más que toda la OTAN, todo Maastricht, toda la CE y todo el imperio de los Estados Unidos. El internacionalismo de FG no nos ha llevado, hasta ahora, sino a compartir la crisis del dólar y la cuota de sangre que se paga por entrar en el club de los grandes.

FG iba a ser el hombre que nos metió en Europa para siempre, pero sólo es el presidente que nos mete en una guerra por temporada. Todos sabemos que el Nuevo Orden Mundial de USA no es sino una gendarmería sangrienta, adecentada con el chaqué inútil de las Naciones Unidas. Y esa interminable política belicosa de las guerras parciales no va a terminar nunca, porque a nadie le interesa que así sea, y por múltiples motivos, desde la venta de armas hasta la disolución de todo foco de antiimperialismo que pudiera surgir en cualquier color del mapa. De modo que hagámonos ya esta cuenta: nuestras juventudes están ya incardinadas para siempre en el destino incierto de la guerra, de unas guerras donde la muerte habla lenguas raras y la victoria no llega nunca ni es de ninguno. Nuestra juventud, sin que nos demos cuenta, vive algo mucho más dramático y lóbrego que la falta de empleo o el peligro del sida: vive la pérdida del horizonte, la seguridad del futuro, la libertad de seguir creciendo un centímetro por mes o por año. FG no ha europeizado España ni la ha internacionalizado, sino que la ha enrolado en el pelotón de los torpes, y, a cambio de eso no recibimos nada, sino reticencias económicas y tibias palabras diplomáticas. De todo el gran despliegue cosmopolita de González, lo único que ha llegado a nuestro pueblo, hasta ahora, es la muerte. Pero aunque nos hubiesen pagado en oro molido, España no puede ni quiere vivir ahora patriotismos que cantan y cuentan en otra moneda, sino el sólo y ancho patriotismo de la paz. Si el presidente/candidato quiere seguir jugando al Derecho Internacional, que monte y pague un Ejército profesional, mercenario, a ver si encuentra desesperados suficientes, que los hay, para nutrir las filas y las banderas de su beligerancia cósmica.

Queremos ser europeos en la paz y el reparto, en el trabajo y la cultura, pero no europeos furrieles al mando de un cabo que habla el inglés de los muelles de Brooklin o los mataderos de Chicago. Que el jefe no nos predique un patriotismo nuevo y remoto cada año, y menos el vago y aleatorio patriotismo de las pequeñas y grandes hogueras que la ONU no quiere apagar porque no le conviene a Clinton. En algún cielo raso de España está tieso y amortajado ese chico que ha muerto en una guerra prolongada convencionalmente, socapa de arreglarla. Ese doncel estirado y yacente es el inmenso cadáver que levita sobre Felipe González.

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