Artículos Francisco Umbral

Nacionalcasticismo


El nacionalcasticismo no es exactamente el nacionalcatolicismo, sino la confluencia del patriotismo de los patriotas con el patriotismo de Dios. Ahora, en este noviembre de sol y luto, de lujo y memoria, se ha dado esa confluencia en Madrid.

Primero ha sido el nacionalcasticismo retrofranquista, todavía abanderado por un notario notorio, el tremolante Blas Piñar. Y casi simultáneamente el obispazo de la Conferencia, o «suquiazo», que diría mi querido Javier Villán, promoviendo la vuelta de los católicos españoles a la actividad pública y política, el desembarco de la Iglesia en los partidos. Dicen que en todos, pero está claro cuáles bendicen y prefieren: en su programa figura una suspecta «defensa de la vida». Este asalto al Poder y la sociedad, lo que entonces llamábamos «un normandía», ya lo intentó el Opus en los sesenta, europeizando un poco con sus cuellos blancos aquella España de camisa azul. Pero hoy España no necesita europeizarse, pues que está en Europa, es Europa, y la iniciativa de los obispos, más el arpegio pasatista de los blases y blasillos, como solfeo de fondo, es lo que uno llama socialcasticismo o casticismo, o sea el viejo tirón de una España que quiere ser muy española, que quiere que España quepa en un patio de convento o de cuartel. García Bloise lo dijo: «Entre todos estamos haciendo de Felipe un caudillo». De modo que el tirón castizocaudillista está también en el PSOE. Peor que interesado y mezquino, que lo es, resulta anacrónico el motín religioso, pronunciamiento obispal o asonada de Dios, puro nacionalcasticismo, en la España del 92/2001, cuando la calle, la vida, la juventud, las costumbres y la cultura han realizado hace mucho la conquista del presente, y hoy el presente se llama Europa.

Casticismo/europeísmo pudiera ser la vieja pugna, hoy muy superada, o, por decirlo en más Levy-Strauss, endogamia/exogamia. La endogamia nacionalista ha tenido su momento extático el 20/N, pero estamos en un tiempo exogámico y el país pasta ya en otras tribus del mundo, de los idiomas, de la cultura, de la democracia y la costumbre. Cuando el primer guerrero adolescente rompe la vieja ley tribal de la endogamia y roba sigiloso una mujer o un venado de la tribu vecina y enemiga, puede decirse que ha terminado la prehistoria y echa a andar la Historia, la humanidad, la modernidad, el progreso. La vuelta actual y costumbrista, en España y Europa, a un racismo antigitano, antijudío, antimoro, supone la negación de la Historia y la abolición de aquella hazaña mínima e incalculable del joven que robó las palabras y las hembras de otra tribu. Sólo que la hazaña es irreversible, hasta nuestros días, y hoy tenemos en España un presidente convencidamente europeísta y un Guerra claramente casticista. Lo que amaga y amenaza, pues, cuando el país ha conseguido la mayor pregnación occidentalista de su historia, es el doble frente retrofranquista y retropapista, a cuya fusión uno llama hoy nacionalcasticismo, más peligroso y factual que el nacionalcatolicismo de Gil Robles, Franco y Herrera Oria.

Diego Márquez Hornillo, jefe nacional de Falange, ha dicho en el Valle de los Caídos, ante José Antonio, estos días, que la Falange nada tiene que ver con lo que fuera el franquismo. Esto corrobora lo que viene diciendo uno en libros y novelas, y vale para los eurofascismos de los treinta, internacionalistas por mimetismo comunista, pero el actual contubernio joseantoniano/clerical/piñarista/papal y racista es una confluencia de los más negros afluentes del pasado, que hoy se insinúa como asalto a la democracia, a la sociedad y al proyecto europeo que aún estamos consumando. Vanguardia de esta movida son los obispos, con su motín de anteayer, y es a lo que llamo el clericalcasticismo, que ataca de nuevo.

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