Nuevas ricas
Parece que la casa más lujosa de España se la ha regalado el señor Cortina a Marta Chávarri. Un palacio de 1.000 millones con catorce cuartos de baño, uno más que los Boyer. Esta carrera o competición de los cuartos de baño es una horterada que a lo que más nos recuerda es a los nuevos ricos del franquismo.
El franquismo, sí, en sus primeros tiempos, dió unos nuevos ricos o ricos improvisados que incluso generaban, como clase, su propio argot, como el famoso «haiga», que era al mismo tiempo un automóvil y un verbo. Los nuevos ricos, la nueva clase, la nomenklatura del felipismo, el clan de los Boyer, el clan de los Albertos y otros clanes, son un poco más ilustrados que los cuarentañistas, tampoco demasiado, pero están incurriendo en igual horterismo con sus chalets mesopotámicos y su laberinto de cuartos de baño, que nos recuerda la Gran Biblioteca de Borges, pero con bidés en lugar de libros. Comprendo, por otra parte, que alguna de estas damas del alto felipismo, que acostumbra acudir a los picnis de oro sin ni siquiera la tenue protección de una lencería íntima, necesite mucho bidé para mantenerse aséptica. Yo descubrí el bidé en las casas de putas de Valladolid. En mi hogar, en mi casa, que era como la de Bernarda Alba, como todas eran decentes, no había bidé. Trasantaño, las aristócratas y grandes de España competían en grandeza por el número de fincas o de amantes. Las «señoras» del franquismo, por el número de vueltas del collarón de perlas. Hoy, las princesitas socialistas de la jet compiten por el número de bidés.
Son otras costumbres, claro. En la España de La Monja de las Llagas, Sor Patrocinio, o del Padre Claret o del Padre Laburu, el bidet aún no había venido del extranjero, pues que la mujer carecía, como los ángeles, de herramienta que asear en ese recipiente o sanitario. En la España de Francisco Franco, Pilar Primo de Rivera (q.e.p.d.) y todo eso, la Sección Femenina dejó bien claro que sus mozas danzantes, las mujeres de España, la hembra agraria, llevaba siete sayas y siete pololos sobre la braga de esparto, o sea que la jai nacional seguía careciendo de la dulce herramienta del pecado. Era como una cebolla a la que se le podían quitar todas las capas sin que debajo apareciese nada. Si acaso, otro pololo. De los siete refajos y la braga de esparto de las mujeres falangistas al famoso coño de «Interviú», el salto de la española ha sido demasiado fuerte, pero lo cierto es que se corresponde con la realidad de la calle. Aquí el socialismo parece que venía a hacer la revolución de la hoz y el martillo, pero sólo venía a hacer la revolución de los bidés. Las guapas mujeres del socialismo guapo no es que sean mucho más cultas que Lula de Lara (quizá menos), pero sí más asiduas del bidé.Casi unas caprichosas del bidé. Enseñan el bidé, los plurales bidés con grifería de oro, a los periodistas y fotógrafos con la misma naturalidad (y mucho más énfasis) que Cayetana Alba enseña sus Goyas y Velázquez a las visitas. Cada régimen político, desde Roma, se conoce por su elite femenina, y la del felipismo es entre hortera, exótica, bragaloca y nueva rica.
Aquí, coño, no se ha hecho en estos años otra revolución que la del bidé. Todos conocemos el origen de esta beautifull people: pasantillos oscuros, economistas de la resistencia, chicas de escasos medios, intelectualas que pasaron del feminismo al social-felipismo e hicieron segunda o tercera boda ministerial, muy lejos ya de Lidia Falcón, la madre de todas las batallas progres. Nuevos ricos y nuevas ricas del capitalfelipismo dan hoy una nomenklatura fascinante por hortera, porque hay un horterismo de oro y unas marujonas heráldicas que dicen tal que ayer: «Tener celos de Ana Obregón sería rebajarme».

