Artículos Francisco Umbral

Las municipales


LO ha dicho José María Aznar: «Esperamos más ataques hasta mayo». Y ellos, el PP, por su parte, se proponen preguntar todas las semanas, en el Congreso, por el despacho de Juan Guerra. El vicepresidente ha iniciado la guerra santa con sus revelaciones sobre la derecha, y ésta ha reaccionado en Alcalá de Henares.

Quiere decirse que unos y otros están empezando a escenificar muy bien el largo proceso de catarsis con vistas a las elecciones municipales, que en España siempre suponen la bayoneta calada de la democracia, el cuerpo a cuerpo.

En buena medida son verdad las acusaciones que se hacen unos y otros, pero a lo que asistimos aquí es a una teatralización de la verdad tan convencional como la Semana Santa. También dicen que lo de la crucifixión de Cristo fue verdad, pero por Semana Santa es menos verdad precisamente porque se convierte en una verdad escenificada, falseada por un exceso de evidencia.

Pues claro que el caso Guerra sigue sin cerrar. Pues claro que el PP, siendo como es el partido de la derecha, aparece cada día como más proclive al autoritarismo, el clericalismo y otras viejas querencias. Pero estas certidumbres, de actualidad permanente, dejan ahora de ser certidumbres para convertirse en armas arrojadizas, con vistas a unas elecciones.

Todo sistema político lleva en sí mismo sus propios vicios y peligros, de manera larvada, y el peligro de la democracia es convertirse en una continua guerra electoral donde el espacio entre unas y otras elecciones no se emplea en resolver la cosa pública, sino en preparar las elecciones próximas.

Es como el Real Madrid, que, tras el partido del domingo, dedica toda la semana a entrenarse para el domingo siguiente, a planear estrategias y cosas. Pero un partido político no es un equipo de fútbol y, aparte ganar o perder elecciones, conviene que se ocupe un poco, desde el poder o la oposición, del estado de las alcantarillas, el problema del tráfico, la cosa catastral, las cárceles de mujeres con niño, el movimiento sindical (que ahora parece roto para siempre), la salubridad de los bares y la guerra de Matanzo contra los últimos mohicanos y románticos de la movida.

Nuestra hermosa y recental democracia, que vino machadianamente, sin que nadie sepa cómo ha sido, va degenerando por días en un electoralismo salvaje y generalizado. A esto contribuye en buena medida el profuso calendario electoral: municipales, autonómicas, generales y hasta elecciones repetidas por irregularidad. Havel, el presidente checo, de visita estos días en España, ha dicho que el mayor ahogo para las nuevas democracias son las demagogias nacionalistas. Pues algo así nos está pasando a los españoles con los autonomismos.

Ya en los años veinte, los cronistas madrileños denunciaban la proliferación administrativa: Administración central, Administración regional, Administración local, y así, hasta el infinito, los círculos concéntricos que hacían de España un país mera e inútilmente burocrático. Esto no se ha resuelto, sino que se ha agravado, porque con el engorde de la población también engordan los problemas.

De modo que, tras las varietés financieras y otoñales del numerero Carlos Solchaga, ahora empieza a montarse, con seis meses de anticipación, la guerra municipal, y los nacionales vamos a estar muy distraídos viendo cómo la clase política se dice todo lo que ya sabíamos en esa Corrala con tapices que es el Parlamento.

Guerra ha arrancado con más imaginación porque se ha sacado insultos y cosas nuevas. La oposición sigue con números de repertorio. Que alguien les escriba chistes nuevos. Mientras el paro sube y la venta de coches baja, nuestra democracia está degenerando en una tediosa escenificación de sí misma.

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