benegas
EN el reciente libro de don José María Benegas, número tres del PSOE, parece que también se nos explica a los periodistas lo que tenemos que hacer.
Del Papa para abajo, qué manía todos con enseñarnos nuestro oficio. Aquí es que nos gusta mucho explicarle al zapatero cómo se hacen unos zapatos. Hasta al rey, que viene de generaciones de reyes, y que encima lo hace bien, le están explicando estos días en qué consiste eso de ser rey.
El señor Benegas ha escrito que «no vale acusar de arrogancia al poder político mediante el propio uso de la arrogancia, y de la descalificación impune».
Pero ya decía don Eugenio d'Ors que al cínico no se le combate con honestas prédicas, sino con alarde de mayor cinismo.
El señor Benegas quiere confinamos a los periodistas en las honestas prédicas, y eso que ellos iban a traer la libertad de expresión (y la trajeron, pero ahora les irrita que les metan el dedo en la llaga, o en un ojo).
En cuanto a las «descalificaciones impunes», sencillamente no es cierto. Cuando una cosa dicha o escrita es punible se le aplica pena, y ahí está el caso reciente y venial de José María García. «La grandeza está en la critica de lo criticable y el reconocimiento de lo elogiable». La crítica constructiva de Franco, o sea.
Benegas, más adelante, añora la Prensa de la transición, «incluídos los riesgos personales». De modo que lo que entonces nos daba grandeza a los periodistas eran las hostias de los ultras, que yo alguna me llevé. «No todo puede valer en una sociedad democrática». Ya empezamos. Son las mismas cosas que me decía a mí el censor Fernández Sordo, sólo que a la democracia le añadía lo de «orgánica».
Uno cree, a la viceversa que usted, señor Benegas, que en la democracia/democracia, que es la que tenemos, debe valer todo, y que sólo una sociedad en la que vale todo (yo me entiendo y usted también) se puede llamar democrática. Dice don José María Benegas, remontándose a Azcárate, algo sobre «el interés que el periódico debe despertar a fuerza de arte, habilidad, cultura, perspicacia y buen gusto».
El ilustre Juan Marichal, que le honró en el acto de presentación de su libro (al que deseo muchas ventas), ha empleado esas bellas palabras u otras semejantes, más de una vez, para definirme el periodismo de unas cuantas firmas que se ha encontrado a su vuelta del exilio.
Luego, el autor critica «el noticierismo, las personalidades, los chismes y el escándalo». ¿Y cómo quiere este señor que hagamos periodismo sin noticias y sin personalidades?
En cuanto a los chismes y el escándalo, son el desperdicio moral o residuo político de la sociedad que ustedes han creado en ocho años, y no un engendro muñido por la Prensa para vender.
En las democracias más puntuales y aseadas, como la británica, estalla de pronto el caso Profumo. Un periodismo frío, sedicentemente imparcial y objetivo, impermeable a la calle, un periodismo no sumergible no es sino la coartada de la doble moral. Su discurso es victoriano, señor Benegas.
Usted tiene que conocer lo que eran la Prensa y la política española antes de la guerra, cuando Romanones llamaba «tropa» a la Real Academia y a Lerroux se le definía como el Emperador del Paralelo, o sea que nuestra Prensa ha disfrutado de buena salud hasta que llegó Arias Salgado, cuyo pulcro discurso censor se continúa, mejorado, en usted. Quien ha impuesto este saludable clima de plazuela en la vida nacional es Alfonso Guerra, con fortuna a mi juicio, llamando «tahúr del Mississippi» a Adolfo Suárez, «regaera» a Rodríguez Sahagún y por ahí adelante. Va a tener usted que moderar a su jefe, oiga.