Gorbachov somos nosotros
LO dijo no hace mucho Nicolás Sartorius, con la austeridad y certeza de palabra que le distingue:
Gorbachov somos nosotros.
Por su parte, el rey don Juan Carlos ha declarado ante el cuerpo diplomático:
España alienta las reformas del Este.
Y no se trata en ninguno de los dos casos de apuntarse a un bombardeo, naturalmente, sino de que España ha vivido un proceso cuasi revolucionario y, queramos o no, somos un ejemplo para medio mundo (nada más lejos de este columnista que el triunfalismo, ni siquiera cuando triunfa) de cómo se sale de una dictadura militar de cuarenta años y se inicia una democracia socialista. O, más difícil todavía, cómo se transforma una cosa en la otra a partir de los textos sagrados del franquismo y de una patrística intocable, pero saduceamente manipulada por el hombre que puso de moda este adjetivo, Torcuato Fernández Miranda. Cuando Sartorius dice «Gorbachov somos nosotros», está participando en los beneficios del desbloqueo postestalinista de la URSS, desbloqueo que ya se había venido produciendo en los partidos comunistas occidentales, y cuya máxima expresión fueron los textos del italiano Berlinguer y el español Carrillo. Cuando el rey declara que España alienta las reformas del Este, lo hace desde la autoridad que le da el haber presidido un difícil, laberíntico y, al mismo tiempo, limpio proceso hacia la democracia, la libertad e incluso el socialismo.
No se trata, insisto, de que los españoles queramos apuntamos a un bombardeo, ni, por el otro lado, repetir «la más alta ocasión que vieran los siglos», ocasiones que siempre estamos repitiendo, hasta el asco (y ahora con el 92), sino otra cosa. Así como nuestra guerra civil fué un ensayo general y atroz para la guerra mundial que preparaba Hitler, nuestro desbloqueo de una dictadura de derechas ha supuesto el ensayo involuntario para saber cómo se desbloquea una dictadura de izquierdas. No somos especialmente proclives a los fáciles paralelismos históricos, pero alguno existe en este caso: nuestro proceso se vió amenazado, como ahora el del Este, por dos ingencias muy fuertes, vivas y fácticas: los nacionalismos y el Ejército. Nosotros sólo hemos superado a medias el peligro de estas facticidades. Gorbachov se encuentra ahora patética y grandiosamente emparedado entre una y otra. Esto le da aún más altura al personaje. Y en este sentido también puede decirse que Gorbachov somos nosotros: porque vamos obviando como podemos la ominosidad de algunas conductas militares y la realidad de algunos nacionalismos sangrientos o dialogantes. Quiero decir que hemos levantado una Constitución que, con todas sus perfecciones parciales y aciertos duraderos, deja sin resolver en profundidad la especificidad del Ejército (ahora tan puesta en duda o recusada por una sociedad insumisa o buenaparte de ella, especialmente las nuevas generaciones), y resuelve la cuestión de los nacionalismos
mediante la elocuencia y la buena voluntad. Ortega y Azaña vinieron a decir lo mismo sobre esto:
La esencia del problema catalán no es otra que ésa: seguir siendoproblema.
Que es tanto como no decir nada.
Dos realidades históricas y fácticas que hemos obviado creyendo que las resolvíamos. Las mismas que pueden frustrar el proceso/perestroika.
No establezcamos fáciles simetrías, pero consideremos que, en efecto, el mapa de Europa está mal hecho (también el de España) y que el militar no es sino la burocratización del guerrero.
Nacionalismo y militarismo (el más grave es el nacionalismo centralista, en Madrid como en Moscú) son dos inercias románticas muy vivas (liberal la una, autoritaria la otra) que se resisten a hacerse solubles en la democracia global del 2000.